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martes, 24 de diciembre de 2013

La pegatina de estrella

Para ella era todo un ritual, poner el Belén de Navidad, colocar todo en su sitio. Sabía que quedaba poco tiempo, un año, tal vez dos, para que este ritual fuera sólo suyo, porque sus nietos pronto querrían tomar partido de algo tan divertido como colocar preciosas figuras encima de una mesa.

Lo hacía despacio, revisando las figuras, que ninguna estuviera rota; las colocaba con esmero, con mucha delicadeza. Siempre sentía una punzada de emoción, de recuerdos del pasado, no siempre todos buenos, pero sí inolvidables.

Entonces empezó a sonar el timbre de casa y su sonrisa apareció de nuevo. Ya llegaban, todos, alrededor de su mesa, su familia. Sus tres hijas, sus dos nietos, sus hermanos, sus yernos, algún primo... Sólo faltaba ella, desde hacía cuatro años, su madre. Cómo la echaba de menos ese día más que ninguno. Juntas ponían el Belén cada año, incluso al final, cuando ya era una viejecita risueña.

Y ahora quería ser ella su testigo, quería ser la que acogiera cada Navidad a toda la familia, en su casa, para seguir siendo una piña, gracias a todo lo aprendido de su madre, la unión, el cariño, la complicidad, el perdón...

Entonces colocó una estrella en el portal del Belén, una simple pegatina, "esta serás tú, madre, cada año, para que nos mires, para que te veamos, porque sé que estás aquí".


¡¡¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!!!


Le encantaba sentir estos momentos en soledad, consigo misma, con sus pensamientos. Pero todo acabó de glope, la puerta se abrió bruscamente "¡¡abelaaaaaaaaaaaaaa!!", gritó su nieto mayor, de tan sólo dos años. Todos llegaron tras él y se agolparon en el salón. De repente aquello era un bullicio de besos, risas y mucha alegría.

- Hola mamá -le dijo su hija pequeña dándole un abrazo.
- Hola hija, ¿cómo estás?
- Muy bien, con una noticia fantástica.
- ¿Ah sí?, ¿has encontrado trabajo?
- Puessss, no, no es eso. Vamos a ser padres, estoy embarazada.
- ¡Mi niña!, ¡qué alegría tan grande! -De repente sintió que todo seguía, que la vida continuaba pasase lo que pasase y que la felicidad era esto.

El pequeñajo corría por todo el salón riendo y con una pegatina de estrella pegada en la frente, "¡soy un abol de avidaaaaaaaaaadddd!", decía sin parar. 

- ¡¡No!! ¡¡La estrella!! -gritó intentando detener a su nieto.

Todos callaron y la miraron sorprendidos.

- ¿Qué ocurre mamá? -le preguntó otra de sus hijas-, ¿quieres que le quite la pegatina?
- No, no, hija, déjalo, perdona. ¡¡Me encanta!!

Siguieron mirándola extrañados y, en unos segundos, volvió el bullicio y la pequeña estrellita de pegatina siguió corriendo por todos los rincones de la casa.

martes, 3 de diciembre de 2013

Más y más recomendaciones literarias (impactantes)

Últimamente no leo demasiado, lo reconozco. Ciertas inquietudes personales me impiden sentarme tranquila y sosegada a disfrutar de un buen libro. Pero mientras espero a que pase esta época extraña, que sin duda pasará, afortunadamente, sigo recordando más y más libros que he leído a lo largo de los años. 

En realidad esta serie es extraña, porque he de reconocer que algunos de los libros no los recomiendo, porque no me gustaron, y sin embargo no pude dejarlos hasta llegar al final. Os explico por qué los he elegido, porque son impactantes y si lo que queréis es no quedar indiferentes, leed cualquiera de ellos. Palabra de ávida lectora (excepto ahora).

* A sangre fría (Truman Capote). Me recuerdo perfectamente hace ya bastantes años, sentada, un sábado por la noche, en el suelo del salón del piso de Madrid, leyendo sin descanso este libro. Me dejó totalmente impactada y a la vez con miedo..., porque es una historia real. El asesinato de la familia Clutter. Es un gran reportaje que, sin duda, recomiendo.

* Alguien voló sobre el nido del cuco (Ken Kesey). Es un libro fantástico, alucinante. Narra la historia de Randle Mcmurphy, que para librarse de la cárcel se hace pasar por loco y le ingresan en un manicomio. La rigidez de los métodos de la enfermera Ratched chocarán con Mcmurphy, que verá cómo su voluntad es doblegada.

* Ensayo sobre la ceguera (José Saramago). En realidad este libro no sé si lo recomendaría, pero lo incluyo en esta serie porque es impactante. La población, la humanidad, va quedándose poco a poco ciega, y el libro narra cómo se van organizando, los abusos que se producen... Reconozco que me resultó en ocasiones desagradable aunque, como he dicho antes, no pude dejarlo hasta llegar al final.

* Los renglones torcidos de Dios (Torcuato Luca de Tena). De nuevo se sitúa en un psiquiátrico y cuenta la experiencia de la detective Alice Gould. ¿Pero es ella realmente una detective o está realmente loca? Hasta el final nada se sabe de cierto. Es intrigante y muy bueno.

* La noche del cazador (Davis Grubb). Me la recomendó un amigo que, si me está leyendo, sabrá identificarse. Es una novela aterradora que narra la historia de Harry Powell que, al salir de la cárcel pretende encontrar el dinero robado por su compañero de celda, Ben Harper, que ha fallecido. Para ello se casa con su viuda. Este enigmático y depredador personaje lleva en los nudillos de una mano tatuada la palabra LOVE y, en los de la otra la palabra HATE.

* Tokio Blues (Haruki Murakami). El que me recomendó este libro, también si me está leyendo, sabrá identificarse. Jamás he leído un libro tan tan recomendado en todos lados y que me haya gustado tan poco. Lo pongo en esta lista porque es cierto que es impactante, pero por lo triste y desconsolador de la historia, que ya casi ni recuerdo cuál es. Una chica con instintos suicidas... Es probable que me esté echando encima a los fieles lectores de este autor, pero he de decir que me gustó poco, eso sí, no me dejó indiferente y no paré hasta terminarlo.

martes, 26 de noviembre de 2013

Situaciones (V): Hablando con una guapísima

Una mañana te levantas tan normal, te sientes tan normal y sales a la calle. Vas a trabajar como un día cualquiera; afortunadamente hoy no tienes uno de estos días en los que, te pongas lo que te pongas, todo te cae como si te pusieran un repollo sobre la cabeza. No, hoy no, hoy te sientes bien, mona, no tanto como radiante, pero casi casi.

Y resulta, como digo, que vas a trabajar y surge una salida. Tienes que ir a hacer tu noticia sobre una jornada de gente súperprofesional que va a formarse de no sé qué tan interesante. Vas, te presentas allí, y resulta que llegas antes de lo previsto. "Bueno, vente a tomar un café", me dice una de las chicas que organizan el curso. "Estupendo", respondo yo. Subimos a la cafetería, pedimos nuestra correspondiente bebida, ella y yo, las dos solas, cuando aparece una chica, "LA CHICA", que es alumna del curso y también se ha encontrado con que es demasiado pronto.

Mi acompañante la invita a sentarse con nosotras, nos presenta y, acto seguido, se larga, excusando que tiene aún cosas que cerrar en la sala donde se va a impartir la jornada. "Genial", pienso yo, viendo horrorizada cómo me había lanzado sin compasión a la ya conocida situación de "sosteniendo conversaciones", incómodas, debería añadir.



Pero en seguida me doy cuenta de que esto no va a ser una situación incómoda, porque resulta que la chica es majísima y, como yo tampoco soy muda, pues empezamos a hablar de cualquier cosa. Y poco a poco, me voy dando cuenta de que es guapísima: pelo rubio, largo, con mechas de éstas que se ponen las tías buenas que no sé cómo se llaman (las mechas, digo), dientes blanquísimos y todos en su sitio, cutis perfecto, maquillaje suave, ojos azules, uñas perfectas, alta, delgada, con un vestido que le queda como un guante, enjoyada (con cosas buenas, se notaba), pero sin pasarse, y unos zapatos print animal preciosísimos. La tía era algo así como una de estas princesas de Disney, solo que sin el vestido hasta los pies y algo más bronceada.

Y aunque nuestra conversación transcurría amena, animada..., a mí me había abandonado hacía tiempo esa sensación casi radiante con la que me levanté por la mañana. De repente todo lo que llevaba encima me parecía harapiento y hasta maloliente, ¿y ese pelo?, que se podría freír un sanjacobo encima de él..., ¿y mis uñas?, ¿y mis cejas, nunca perfectamente depiladas? Empecé a sentirme fea, jorobada y zarrapastrosa, mientras la otra no dejaba de hablar y de mover sus pulseras de oro.

"Bueno, algún defecto tendrá", pensé, mientras me afanaba como una loca en encontrarlo. Algún pelo traidor en la barbilla, algún "paluego" entre los dientes, ¿tal vez olía a sudor? No encontraba nada, "normal, estas tías no dejan nada a la improvisación; con esos zapatos no puedes llevar ni un pelo fuera de su sitio". Y entonces seguí sintiéndome fea, y además pequeñita, y gorda, y deforme. Era como el jorobado de Notre Damme frente a Claudia Schiffer.



Eso sí, yo no paraba de hablar, majísima, "jajaja, jojojo, ¿no me digas?", mientras sentía cómo me iba haciendo más y más pequeñita, cada vez, como si mi silla estuviera engulléndome poco a poco y me dijera "¡¡vete a tu casa y arréglate esas pintas!!"

El colmo del remate fue cuando ella, divina toda, me dijo "oye, pues a ver si nos vemos otro día por aquí". Yo me quedé con la sonrisa tiesa, contestando entre dientes "Sssssí, claro", mientras pensaba "la próxima vez que me encuentre contigo espero que estés embarazada de 8 meses, tengas la nariz como un payaso, la boca como una longaniza, los pies como un globo y el pelo con más raíces que una patata".

martes, 5 de noviembre de 2013

Factor sorpresa (IV). El desenlace

Raúl pagó la cuenta lo más rápido que pudo y corriendo salió a la calle. Pensaba ver a Marisa esperándole, pero no estaba, no había nadie. Desconcertado miró a un lado y a otro, no entendía nada, tanto misterio le sobrepasaba, le molestaba pero también le cosquilleaba por dentro. Deseaba verla ahora más que nunca, para pedirle explicaciones, para preguntarle a qué jugaba... Su móvil sonó de nuevo.

"¿No te divierte esto? Ve a tu coche y dirígete a la calle Andrés Mellado nº37, 5º izquierda. Te espero. Impaciente. Yo sola"

Lejos de pensar en contestarla, de preguntarle qué juego era este, no lo dudó ni un momento y se dirigió a su coche. No pensaba, sólo actuaba. Estaba excitado, impaciente. Jamás le había pasado una cosa así; estaba convencido de que, simplemente, Marisa era una chica traviesa, con un encanto especial y a la que le gustaba divertirse. Decidió seguir el juego.

Llegó a la calle indicada pero, como era de esperar, no encontraba aparcamiento. Dio vueltas y más vueltas y, mientras esto sucedía, volvió a sonarle el teléfono. Un nuevo mensaje.

"Tardas mucho, pero no te preocupes, te espero. Estoy impaciente. Me encantas. Ven ya"

Por poco el coche de Raúl se estrella contra un contenedor de basura. El mensaje le provocó ansiedad, comenzó a reír nervioso, el corazón le latía muy deprisa. Nunca se había visto en esta situación y, sin dudarlo, quería vivirla. Así que buscó un parking cercano, dejó el coche y corrió hasta el número indicado. Cuando ya estaba llegando se dio cuenta de que había olvidado el móvil. Decidió no volver, estaba demasiado impaciente y había llegado a su destino; ya no le haría falta.

Llamó al timbre. Una vez, nada; dos veces, nada tampoco. ¿Se habría equivocado de número? Cuando pensó en dar media vuelta e ir al coche a por su teléfono, Marisa contestó.

- Hola Raúl, ¿subes?
- Ppppuesss, claro, ¿a qué he venido entonces? -Raúl se puso nervioso ante la idea de que fuera todo una broma pesada.
- No lo sé, ¿a qué has venido? -dijo Marisa. Intentaba que su voz sonara misteriosa y divertida.
- Sonia, este juego es muy raro, pero me engancha. He venido a estar contigo. Ábreme.
- Tus deseos son órdenes -dijo ella con el tono más sensual que pudo.

Abrió la puerta y Raúl entró deprisa. Se dispuso a subir por el ascensor pero alguien se había dejado la puerta abierta en otro piso y no pudo llamarlo. No tuvo más remedio que subir andando. Intentó no ponerse impaciente, no correr, no quería llegar rojo como un tomate y sofocado. El gimnasio no era uno de sus lugares predilectos y no estaba muy en forma.

Cuando por fin llegó se dio cuenta de que la puerta estaba abierta; aun así llamó al timbre, pero nadie contestó. Entró despacio y vio un recibidor iluminado, decorado en tonos rojos y verdes. Le recordó a una película de Almodóvar. Se miró en uno de los espejos que había, se recompuso, se colocó el pelo. No se oía nada.

- ¿Sonia?, ¿estás ahí?

No se atrevía a continuar, más por prudencia que por miedo.

- Cierra la puerta y ven a la habitación del fondo -dijo Marisa, con una voz natural, simpática.

Esto relajó a Raúl. Caminó por el pasillo, ni siquiera acertó a contar las puertas que había en él. Cada vez estaba más nervioso, tenía la sensación de que sólo escuchaba los latidos de su corazón. Al fondo había una puerta casi cerrada; salía una luz tenue del interior y se oía música, aunque Raúl no acertó a adivinar de quién se trataba.

Entró despacio. Era una habitación amplia, con una cama enorme y un cabecero de forja, unos pequeños sillones azul eléctrico y unas repisas llenas de libros. También había dos puertas y Raúl imaginó que serían el cuarto de baño y un armario. 

- Ven -dijo Marisa. Estaba semi tumbada en la cama, en ropa interior roja, fumándose un cigarro. A Raúl le pareció la situación más excitante que había vivido jamás.
- Estás espectacular. La espera ha valido la pena.
- ¿De veras? -dijo ella aparentando una seguridad que no sentía.
- Tú también me encantas -dijo Raúl refiriéndose a uno de los mensajes enviados por Marisa.
- Acércate, ¿tienes miedo? Ven y túmbate conmigo, anda.

Él sonrió con esa cara seductora que había vuelto loca a Marisa hacía cinco años. Se echó en la cama, se acercó a ella e intentó besarla. Marisa volvió la cara con una sonrisa divertida y le dijo:

- No, no, yo mando, ¿no te gustaban las sorpresas?
- Me encantan -dijo Raúl más excitado a cada segundo-. Me estás volviendo majara.
- Quítate la ropa.

Raúl obedeció al instante, rápido, impaciente. Tiró su ropa al suelo y, tal vez por pudor, se quedó en calzoncillos. Ella comenzó a besarle suavemente por el cuello, el pecho, la cara... y sin que él pudiera darse cuenta, le había atado por las muñecas al cabecero de forja. 

Él se sorprendió, pero lejos de sentirse molesto, sonrió, cerró los ojos y decidió dejarse llevar. Marisa hizo los nudos lo más fuerte que pudo. Él no se quejó, al contrario, estaba como en el limbo, gimiendo ligeramente. Dejó de hacerlo cuando se dio cuenta de que Maria había dejado de besarle, de tocarle y ya no estaba a su lado.

Abrió los ojos y la vio en el otro extremo de la habitación. Se había puesto una bata y estaba seria.

- Ahora te voy a enseñar una cosa, a ver si te refresco la memoria.

Marisa se puso a dar paseos por la habitación. Su andar era desacompasado, tambaleante, era coja. Raúl la miró atónito y, de repente, su memoria le trasladó años atrás. Jamás había conocido a una coja, salvo a ella; ahora entendía por qué no la había reconocido; por aquel entonces también era guapísima, pero tenía el pelo muy corto y..., bueno, la mala memoria de Raúl con las caras, aparte de que Marisa se había cuidado muy mucho de que él no la viera caminar. Ahora entendía por qué ya estaba sentada en el restaurante cuando llegó y por qué no la vio marcharse. No supo qué decir, se sentía como si le hubieran dado una bofetada. Fue ella la que habló.

- ¿Ahora me recuerdas? Hace cinco años, un verano, yo vendía los tickets en una terraza de copas. Tú te fijaste en mí. Cada día me hablabas, me mirabas, me sonreías. Hasta que me dijiste que te gustaba, muchísimo. Primero pensé que sólo querrías copas gratis, o llevarme a la cama, y tonta de mí, no me di cuenta de que nunca me habías visto fuera de mi pequeño mostrador, sentada. Nunca me habías visto andar, cojear. Y el día que lo hiciste, que me viste, fuiste cruel, me humillaste, te reíste de mí con tus amigos, ya no quisiste saber nada de mí...
- Oye, oye, eso no fue así exactamente...
- No sé cómo fue, sólo sé cómo me hiciste sentir. Cuando descubriste cómo era realmente no tuviste el valor de decirme que no te interesaba, porque seguramente eso te hubiera hecho sentir una persona muy ruin. Así que optaste por ignorarme y hasta renegar de mí delante de tus amigos. 
- Te equivocas...
- No me equivoco, y no quiero seguir hablando de esto, porque los dos sabemos los detalles.
- ¿Entonces te estás vengando de mí?, ¿en lugar de decirme quién eras desde el principio has maquinado esta cita, esta encerrona?
- Desde luego. Te hice esperar adrede, con mi primer mensaje, en la calle del restaurante, te he hecho subir por las escaleras... Sabía que seguirías siendo el ligón de antes y que no te pararías a pensar de qué iba todo esto. Te ha cegado el deseo y probablemente el llevarte un triunfo al bolsillo que luego poder contar.
- Oye mira, Sonia...
- Ni siquiera te acuerdas de mi verdadero nombre. Eres patético.
- Vale, lo admito; siento si te hice sentir mal. Tú me gustabas, mucho, pero reconozco que me acobardé cuando vi cómo eras. Sentí miedo...
- ¿Miedo o vergüenza?
- Creo que podría hablar más libremente si me desataras.
- Ni lo sueñes. De hecho es que no sé qué hago escuchándote.

Marisa se vistió rápidamente y cogió la ropa de Raúl. La tiró por la ventana.

- ¡¡¡¡¿¿Pero qué haces??!! ¿¿Tú estás loca?? Oye de verdad que lo siento; me gustas, me encantas, han pasado muchos años, era un crío, he madurado, podemos seguir hablando, podemos quedar de nuevo, pero por favor, desátame.

La voz de Raúl era ya desesperada. Forcejeaba para desatarse, pero Marisa había hecho unos nudos perfectos.

- Quiero que te sientas ridículo, humillado y ultrajado.
- Por Dios, eres una exagerada, ¡¡estás loca!!
- ¡¡No estoy loca!! ¡¡Simplemente tuve la mala suerte de toparme con un cabronazo!! Te aseguro que, aunque con tiempo, pude superar lo que me hiciste. Pero cuando el otro día te vi aparecer en el estanco, de repente pensé que no iba a desaprovechar la oportunidad de darte tu merecido. Y lo siento, porque has hecho que saque lo peor de mí; yo no soy así, no soy mala, no soy vengativa...
- ¡Nadie lo diría! ¡Venga ya! ¡Suéltame!
- Bueno, me estoy cansando de esta charla y empiezo a tener sueño. Me largo. Este piso es de mi amigo Rodolfo. Es gay, mañana es su cumpleaños y le he prometido una sorpresa. Un auténtico bombonazo esperándole en la cama.
- ¿¿¿Quéeeeeeeee???
- Llegará en un rato, espero. Es muy marchoso y lo mismo tarda horas. Pero sabe que le espera la sorpresa de su querida amiga Marisa.
- ¡¡Ni lo sueñes!! ¡¡Gritaré hasta que me oigan los vecinos!!
- ¿Y qué vas a decir? No seas ridículo. Rodolfo no te va a hacer ningún daño; puedes seguirle el juego y hacerle un hombre feliz en su cumpleaños, de hecho tal vez no venga solo -dijo Marisa soltando una carcajada-, o le explicas que te desate, que eres el miserable que le hizo aquello a Marisa. Él sabe la historia, lloré en su hombro más de una vez.
- ¡¡Suéltame!! ¡¡Lo siento, lo siento de verdad!! ¡¡Dime qué puedo hacer!!
- Adiós Raúl, ha sido un placer volver a verte. 

Marisa se dispuso a salir, pero antes se inclinó sobre Raúl y le besó en los labios.

- Soy coja y estupenda, además de guapa y un encanto, ¿no te lo ha parecido? -le dijo con su cara pegada a la de Raúl.

Salió de la habitación, cerró la puerta lentamente, y con su andar pausado salió del piso, no sin antes gritarle "¡¡Por cierto, me llevo las llaves de tu coche!!".

martes, 29 de octubre de 2013

Factor sorpresa (III)

El local era un lugar más bien tranquilo; había gente sentada en la barra tomando vinos y charlando, y las mesas estaban casi todas llenas, o al menos eso fue lo que le pareció a Raúl cuando entró. A pesar de ser un restaurante grande, con distintas estancias, no había bullicio y la calma reinante le pareció lo opuesto a lo que había imaginado para un encuentro informal, desenfadado que había surgido en un estanco. La espontaneidad del principio se había diluído y lo que él intentó que fuera una cita inesperada se había convertido en una semana de espera que había hecho que Raúl estuviera cada vez más intrigado y más deseoso de volver a ver a Marisa.

La promesa que ella le hizo de llamarle al día siguiente sólo fueron palabras, porque Marisa no le llamó ni al día siguiente, ni al otro ni al otro. Cuatro días después le saltó un mensaje para preguntarle si el próximo jueves le venía bien quedar; él intentó no contestar en seguida, de hecho se pensó si contestar afirmativa o negativamente, pero el factor sorpresa de todo este asunto hizo que contestara un escueto "Sí, dime dónde y a qué hora" casi al instante. Ella tardó en volver a contestarle otro día entero, provocando así la intriga de Raúl, su impaciencia y la sensación de que Marisa jugaba con él. Ante esta perspectiva se sintió excitado y sorprendido; jamás le había ocurrido algo así y estaba decidido a seguir los pasos indicados por ella.

"Cáscaras, Ventura Rodríguez, 7. Jueves a las 21:30, ¿te viene bien", fue el mensaje de Marisa, tras 24 horas de espera, "Sí, fenomenal. Allí estaré", contestó Raúl inmediatamente. Y allí estaba. Al principio la esperó fuera del restaurante, casi nervioso, y cuando llevaba más de 10 minutos plantado en la calle, su móvil sonó y pudo leer "estoy dentro".

Logró localizarla en pocos segundos, a pesar de que Marisa se encontraba en una mesa bastante alejada de la entrada. Estaba sentada, leyendo distraída la carta. Levantó la mirada y le hizo un gesto con la mano, acompañado de una pícara sonrisa.

- Vaya Sonia, ¡hola! ¿Te gusta la intriga?, ¿o hacerme esperar? Me estabas viendo desde aquí y me has tenido en la calle más de 10 minutos.
- No, no -mintió Marisa divertida-, te lo juro, no te he visto fuera.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
- Aaahh, bueno, un rato; me gusta este sitio y vengo a menudo -dijo sin ni siquera levantarse para saludarle.

Raúl se sentó frente a ella y pudo sentir el cosquilleo de la novedad y la excitación de la intriga, sobre todo porque, aparte del misterio que ella, tal vez sin darse cuenta, estaba dando al asunto, estaba guapísima, con el pelo suelto, largo, moreno y rizado, maquillada ligeramente, labios rojos seductores y un generoso escote. "Vaya", pensó Raúl, "si sólo hubiera quedado conmigo para charlar sobre la subida del precio del tabaco no habría venido tan espectacular". Se sentía optimista y ahora más que nunca se alegraba de haber aceptado esta invitación.

Después de pedir la cena, comenzaron a hablar animadamente. Marisa se sentía confiada; se había arreglado más de lo normal, y probablemente más de lo debido, porque necesitaba que Raúl picara el anzuelo. Se encontraba chisposa, atractiva y, desde luego, gustada. Raúl le contó que no era de Madrid, pero que llevaba viviendo allí 15 años, que trabajaba como representante de colchones y que le gustaba viajar.

Ella por su parte mintió todo lo que pudo; no quiso contar nada de su pasado, fundamentalmente todo lo referente a que había trabajado durante unos cuantos veranos en una terraza de la Castellana, donde, precisamente, se habían conocido hace cinco años. En realidad no contó demasiado de sí misma, se limitó a dar breves retazos y se inventó que no era de Madrid, sino de Segovia. Nimiedades sin importancia, pero que le estaban divirtiendo muchísimo; de repente se sintió otra persona, otra mujer, estaba interpretando un papel y llegó un punto de la conversación en la que inventó ridiculeces tales como "he tenido un puesto de bisutería en el paseo marítimo de San Juan".

Raúl lo creía todo a pies juntillas y la miraba divertido y, desde luego, muy interesado, o eso parecía. "Este sólo me quiere llevar a la cama", era el pensamiento constante de Marisa cada vez que veía la sonrisa de Raúl en los ojos.

- Reconozco que me había llevado una impresión errónea de ti -dijo Raúl divertido-, pensaba que eras una antipática engreída.
- ¿Quéeeee? -dijo Marisa con cara de sorpresa- ¿Por qué? Si soy majísima, y las dos botellas de vino que llevamos hacen que lo sea aún más.
- Bueno..., no sé, todo esto me ha parecido muy misterioso, tus mensajes, los días de espera...
- ¿Pero no te gustaban las sorpresas? Te aseguro que no lo pretendo, pero veo que es lo que estoy consiguiendo.
- Sí, lo estás consiguiendo, y lo que estoy descubriendo hasta ahora me encanta; me alegro de haber venido.
- ¿Sigues pensando que me conoces? -Marisa pensó al instante que se había equivocado lanzando esta pregunta, pero por alguna extraña razón necesitaba estar totalmente segura de que él había olvidado que en el pasado se habían visto.
- Bueno..., pues no sé, puede, pero reconozco que ya me da igual. Eres tan guapa y me lo estoy pasando tan bien que me importa un rábano si tu cara me suena o no; lo realmente bueno es que estamos aquí ahora, los dos, y punto.
- Ha sido todo muy extraño, esta es una situación nueva para mí. No vayas a creer que me voy a cenar con todos los clientes que vienen al estanco.
- Seguro que la mayoría te lo pide.
- Jajaja, gracias por el halago, pero no es así.
- Pues no lo entiendo..., en cualquier caso, me alegro de ser el afortunado. Espero, desde luego, que esto no acabe aquí.

"Picó", pensó Marisa. Se puso nerviosa.

- No si tú quieres -dijo ella en el tono más sugerente que pudo. Se sentía ridículamente falsa.
- Pues claro que quiero -contestó él clavándole la mirada y atreviéndose a rozarle ligeramente la punta de los dedos.

Marisa se quedó petrificada y se le heló la sonrisa, pero intentó disimularlo. "Vamos, no seas cobarde, ¿no es aquí a donde querías llegar? Ya le tienes en el bote, no te eches atrás ahora". Su mente pensaba muy deprisa y empezó a agobiarse. Retiró ligeramente su mano.

- Bueno, ¿pedimos los postres o vamos a seguir bebiéndonos todo el vino de la bodega? -acertó a decir.
- Sí, sí, claro, los postres. Venga, ¿qué te gusta?
- El chocolate, por supuesto.
- De acuerdo ve pidiendo algo para los dos, si no te importa, que voy un momento al baño.

Raúl se levantó y buscó la puerta de los servicios. Marisa se quedó sola y vio el cielo abierto. Haría cambio de planes. La visita de Raúl al baño cuando la cena ya estaba casi terminada y cuando ya estaba claro que había picado el anzuelo hacía que ahora ella no considerara necesario recurrir a su "plan A": compinchada con uno de los camareros, éste avisaría de una llamada falsa a Raúl para que desapareciera del salón. Ya no haría falta ese recurso que, además, tal vez no hubiera salido bien. Así que sin pensarlo ni un minuto cogió sus cosas y se marchó del restaurante.

Pasados pocos minutos él salió del servicio; el mareo provocado por el vino hizo que se desorientara ligeramente cuando buscaba su mesa, pero al poco rato pudo comprobar que no, que su mesa estaba en su sitio y, lo peor, que estaba vacía. Primero pensó que Marisa habría ido también al baño, pero en seguida se dio cuenta de que su bolso no estaba y que junto a la cuenta sin pagar que estaba sobre la mesa había una nota:

"¿No te gustan las sorpresas? Sal fuera y sígueme. Te espero.
 Sonia."

martes, 22 de octubre de 2013

Factor sorpresa (II)

Raúl dio un resoplido simpático mientras se llevaba la mano a la cabeza y, acto seguido, se aflojaba la corbata. Se sentía como si le estuvieran estrangulando. Mientras tanto, Marisa observaba divertida.

- ¿Qué ocurre?, ¿tu paquete de Fortuna está defectuoso?
- Eehh, no, no, disculpa Sonia, no es eso..., dame unas Juanolas.

Marisa tuvo que contenerse para no soltar una carcajada. Si él no había cambiado, si seguía siendo el descarado simpático de hace cinco años, está claro que había vuelto para ligotear con ella; lo de las Juanolas le pareció el colmo del patetismo más divertido. No quería ponerse nerviosa, quería estar a la altura, atrevida, chisposa... y, desde luego, que no la reconociera.

- Sí, aquí tienes.

Él las cogió y se las metió en el bolsillo; volvió a sacarlas, jugueteó con la caja entre sus dedos. Sonrió nervioso...

- Oye, mira, no suelo hacer esto, de verdad, pero es que tu cara me resulta muy familiar y no quiero acabar el día sin saber quién eres, de qué te conozco. Sé que voy a estar dándole vueltas y, bueno, digamos que he vuelto para poder conciliar el sueño esta noche sin problemas. Soy muy malo para las caras; a lo mejor nos peleamos la semana pasada en plena calle y, aunque no olvidaría el hecho en sí, tu cara no la recordaría, seguro.

- Bueno, creo que no es el caso. No suelo pelearme con nadie.
- Era un ejemplo. En fin..., no quiero molestarte, pero...
- No, si no me molestas, estaba a punto de cerrar.
- ¡Ah!, genial, pues te invito a una caña.

Marisa no podía creer que fuera tan directo. De repente vio el cielo abierto; jamás pensó que una oportunidad así se le presentara, y menos en el estanco. Intentaba eliminar la palabra venganza de su mente, pero no podía; la idea entró en su cabeza como un huracán que abre puertas y ventanas de forma violenta en una casa. No quería ser mala, pero el hombre que estaba frente a ella le había hecho daño, hacía mucho tiempo, y si recordar esto le indignaba una vez más, el hecho de que él ni supiera de qué la conocía encendía en su fuero interno el interruptor de la ira, de la venganza. Decidió mantener la calma y no aparentar nada de lo que estaba pensando.

- Vaya, qué sorpresa; no esperaba que un miércoles cualquiera me surgiera un plan tan..., tan... ¿interesante?
- Bueno, ¿no te gustan las sorpresas?, ¿lo inesperado? A mí me encantan; la vida sin sorpresas, sin la improvisación, sería un coñazo.
- Sí, la verdad es que parece interesante, pero no, gracias.

Raúl se quedó con la boca abierta; había notado en ella cierta receptividad y no se esperaba un no tan rotundo. Estaba claro que tal vez era un error, que realmente no la conocía; probablemente su cara le sonara porque fuera ligeramente parecida a alguna famosa, a alguna amiga... Sin embargo, ya allí dentro, en el estanco, hablando con ella, pudo observar más detenidamente lo guapa que era, y su carácter conquistador y, en cierto modo, canalla, no le dejaba marcharse. También era persistente.

- ¿No esta noche o no en la vida?
- Bueno, en la vida, en la vida..., es hablar muy a largo plazo.
- ¿Es que tienes novio?, ¿novia?, ¿pareja de algún tipo?, ¿casada?, ¿hijos?, ¿amantes? -Raúl intentaba parecer simpático y divertido, pero no sabía si lo estaba consiguiendo.

- ¿Siempre eres tan directo? Por lo que estoy viendo, eso de que mi cara te resulta familiar no es más que una técnica, bastante manida, por cierto.
- No, no, te lo juro -dijo Raúl algo más relajado. Por fortuna sintió que comenzaba a respirar tranquilamente. Ella seguía sin decir sí, pero tampoco había vuelto a decir no-, pensé que te conocía, y todavía sigo pensándolo, que en algún momento, hace tiempo, nos hemos visto. Me gusta despejar incógnitas y, si estoy en un error, puedo admitirlo, pero si fruto de ese error he podido conocerte, pues por una vez doy gracias a mi mala memoria con las caras. Además, yo creo en las casualidades y en las sorpresas; no suelo venir por este barrio, no suelo quedarme sin tabaco...
- Sí, claro, los planetas se han alineado para que entres en mi estanco.
- Bueno, algo así.
- Los tíos no pensáis esas chorradas.
- Yo sí, tengo mi punto romántico y soñador.
- Vaya..., nadie lo diría.
- ¿Por qué?
- Pareces un trajeado agresivo.
- ¿Yooo? Te equivocas, no lo soy.
- Oye, es la hora, tengo que cerrar.
- Bueno, entonces qué.
- Qué de qué.
- ¿Tomamos algo? Está claro que conversación no nos va a faltar.
- No.
- ¿Por qué?
- No puedo; no te conozco, no sé quién eres, sería muy raro.

Ella volvió a tirarse el farol de no estar muy interesada en una cita; imaginaba que él seguiría insistiendo, pero de repente fue consciente de que, tal vez, estaba estirando demasiado sus negativas; en cierto modo le divertía aquel juego.

- Bueno, me llamo Raúl, fumo Fortuna..., soy un buen tío. Vaya, sólo pretendo invitarte a una caña, charlar un rato, a ver si descubro de qué me suena tu cara. No soy un psicópata asesino, te lo aseguro.

Marisa no pudo evitar sonreír; seguía sin moverse de detrás del mostrador.

- En fin, bueno, otro día, tal vez...
- ¿Cuándo?
- No sé, esta semana...
- ¿Tengo que fiarme de tu palabra? -Raúl tenía la impresión de que ella se escabullía, y eso hacía que se sintiera ansioso.
- Desde luego... Venga va, mañana -dijo Marisa en un alarde de valentía.
- Estupendo, ¿quieres que pase a buscarte? Tengo coche, no será molestia...
- No, prefiero que nos veamos allí directamente.
- ¿Dónde? Conozco un sitio que han abierto que ...
- Prefiero elegir yo, ¿no te gustaban las sorpresas?
- Sí, sí, claro, pues dime.
- Aún no lo he decidido, ¿me das tu teléfono? 

Ahora era Raúl el sorprendido por el atrevimiento de Marisa. No creía que para tomar una primera caña con alguien hubiera que planear las cosas tanto; le gustaba más la improvisación, pero estaba claro que ella mandaba y, en cierto modo, esta situación, como caída del cielo, le divertía y casi le excitaba.

- De acuerdo, toma nota -Marisa apuntó su número de teléfono.
- Pues mañana te llamo o te mando un mensaje -intentaba parecer simpática, pero estaba tensa; quería relajarse, parecer encantada con esta cita tan inesperada.
- Sonia, me dejas intrigado -Raúl estaba sorprendido, no sólo por la incógnita del lugar donde quedarían al día siguiente para verse, sino también por la facilidad con la que había conseguido una cita con una chica guapísima.
- No es mi intención -dijo ella con una sonrisa de oreja a oreja-, es que tengo cosas pendientes, en fin..., ya sabes, y aún no sé dónde podré quedar contigo.
- Vaya, no sabía que una estanquera tuviera la agenda tan apretada -ella hizo una mueca de burla y Raúl se sintió confiado; esto era lo más extraño que le había pasado en su vida, y lo sorprendente es que la chica parecía interesada en volver a verle, aunque lo disimulaba muy bien.
- De acuerdo, pues hasta luego.
- Ah, sí..., vale, te acompaño hasta que eches el cierre.
- No, no, tengo que terminar cosas aquí, de verdad, muchas gracias.
- Sí, sí..., claro, puessss, ¿hasta mañana?
Ella sonrió ligeramente
- Sí, hasta mañana. Por cierto, te regalo las Juanolas.
- ¡Las Juanolas!, es cierto, dime cuánto te debo.
- No, no, venga, mañana te las cobro.

Raúl pensó que esto era una insinuación en toda regla. La cosa terminaba a las mil maravillas.

- Sí, eso espero, que me las cobres. Hasta luego preciosa.
- Hasta luego...

Salió por la puerta, contento, confiado, casi exultante; menuda manera de conseguir una cita, lo nunca visto, esto era digno de contar.

Marisa esperó a que saliera; le vio alejarse por la calle y torcer a la derecha. Ella tampoco podía creerlo; ni en sus mejores sueños habría imaginado tener al alcance de la mano su tantas veces soñada venganza, "te vas a enterar, cabronazo".

martes, 15 de octubre de 2013

Factor sorpresa (I)

La puerta se abrió lentamente. Raúl iba hablando por el móvil y reía a carcajadas. Se quedó parado, parecía que iba a colgar, pero no lo hizo, se acercó al mostrador y tapando ligeramente el teléfono con una mano susurró "un paquete de Fortuna, por favor".

La dependienta del estanco le miraba, casi sorprendida; ella sonreía ligeramente cada vez que él soltaba una carcajada mientras hablaba por teléfono. Siguió mirándole, fijamente, movió su mano de forma mecánica hasta debajo del mostrador y, sin apartar sus ojos de él, puso el paquete de tabaco encima "aquí tienes", le dijo. Pero él no contestó.

Se limitó a sacar un billete de su bolsillo y dejarlo sobre el mostrador. Seguía al teléfono, hablando y sonriendo, y ella seguía con sus ojos clavados en él. Le dio el cambio y, casi al mismo tiempo, Raúl colgó el teléfono. Por primera vez desde que había entrado, reparó en ella y la miró con interés, "gracias, eehh, hasta luego", dijo Raúl.

Dio media vuelta, fue hacia la puerta pero antes de abrirla volvió sobre sus pasos, lentamente, y con esa sonrisa encantadora le dijo:

- Oye, ¿no nos hemos visto antes?
Ella se quedó callada, sonrió, pero no dijo nada. Raúl insistió:

- Perdona que insista, pero tu cara me resulta muy familiar. No suelo venir mucho por esta zona, en fin..., no sé..., tal vez esté equivocado, ¿cómo te llamas?
- Sonia -contestó ella. De repente se había quedado muy seria- Lo siento, no creo que nos conozcamos, a mí tu cara no me suena de nada.
- Sí, sí, perdona, estaré confundido. Gracias. Hasta luego.

Raúl se marchó y Marisa respiró hondo; estaba tensa, tenía la sensación de que sus músculos estaban paralizados desde el momento en que él entró por la puerta. Ella también le había reconocido, pero sin dudarlo, sin un atisbo de incertidumbre. Su cara, su sonrisa, su voz cantarina y masculina, sí, era él. Pensó que tal vez no era cierto que a él le sonara su cara; probablemente se sintió atraído por Marisa, ella era guapa, atractiva, y él un seductor con más cara que espalda que seguramente había utilizado el manido recurso de "¿nos conocemos de algo?" para iniciar una conversación y tal vez algo más.

Pero ya daba igual, se había marchado. Pasaron unos minutos, se sintió más serena. Y con la calma que da la distancia, se llamó tonta a sí misma, ¿por qué no le había retenido?, ¿por qué le había dado un nombre falso? Siguió pensándolo minutos, y más minutos; llegaron más clientes, se marcharon..., y cuando la hora de cerrar se acercaba, volvió a abrirse la puerta.

A Marisa le dio un vuelco el corazón. Era Raúl de nuevo, sonreía ligeramente y parecía algo nervioso. "Ahora no te escapas", pensó la estanquera.

martes, 8 de octubre de 2013

Recomendaciones literarias (¡Hombres!)

Esta vez, para mi serie de Recomendaciones Literarias me decanto por historias protagonizadas por hombres, para poner el contrapunto a la entrada ya dedicada a las mujeres. No pretendo hacer ninguna comparación, simplemente me gustaron, me atrajeron y aquí os las dejo:

Bel Ami (Guy de Maupassant). Es la historia de Georges Duroy, un joven seductor y un "trepa" sin escrúpulos, capaz de utilizar a cualquiera con tal de lograr su fines más ambiciosos. Altamente recomendable.

Brooklyn Foolies (Paul Auster). Es una novela muy cómoda de leer y que sin duda engancha, porque habla de "personas", como a mí me gusta denominarlo, y de sentimientos. Es la historia de Nathan Glass, que tras ser abandonado por su mujer vuelve a Brooklyn, donde tendrá algún encuentro inesperado y conocerá a gente de lo más dispar.

El hereje (Miguel Delibes). Teniendo en cuenta que Delibes es uno de mis escritores favoritos, era difícil pensar que este libro no fuera a gustarme. Narra la historia de Cipriano Salcedo, huérfano de madre y carente del amor paternal. Ambientada en el siglo XVI, cuenta cómo el protagonista se adhiere a una vertiente protestante, con las consecuencias que eso le acarrerá.

Mi idolatrado hijo Sisí (Miguel Delibes). Vuelvo a Delibes (la realidad es que recomendaría todos sus libros, o al menos todos los que me he leído, que son casi todos los que ha escrito). Sisí es un niño consentido, mimado por sus padres, pertenecientes a la clase acomodada. Eso acarreará que, de adulto, sea una persona egoísta y carente de responsabilidades.

El retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde). Esta obra es un clásico y poco amantes de la literatura serán los que no la hayan leído. Dorian Gray, vanidoso, egoísta, presumido..., hace un pacto con el diablo para no envejecer, por fuera, porque por dentro es otra historia...

El laberinto de las aceitunas (Eduardo Mendoza). Con pocos libros me he reído tanto como con este. En realidad debería haberlo puesto en la entrada de Recomendaciones Literarias "para reír". El final me dejó un poco desinflada, todo hay que decirlo, pero todo lo demás es genial.

Lo prohibido (Benito Pérez Galdós). Esta obra es, simplemente, genial. Cuenta la historia de José María, un joven que se enamora perdidamente de una de sus primas, que está casada. Lo que le atrae de ella es, precisamente eso, que es algo prohibido, porque cuando el marido muere, su interés se desvanece y pone sus ojos en otro "fruto" prohibido. La recomiendo con toda convicción (bueno, en realidad con Galdós me pasa como con Delibes, que recomiendo todo ;)

martes, 24 de septiembre de 2013

Situaciones (IV): Disimulando

La técnica del disimulo es todo un arte. A mí no se me da especialmente bien, aunque yo creo que todos, mejor o peor, sabemos hacerlo en ocasiones.
Yo soy incapaz de disimular un enfado. Me es totalmente imposible. La nube negra se apodera de mi fisonomía y no puedo hacer nada por controlarlo. Así que no puedo contar cómo se disimula una mala seta, porque nunca he sabido hacerlo.
Pero sí puedo contar otras situaciones de disimulo que, todo hay que decirlo, se me dan mal, creo, pero llego a salir del paso.
Para mí la más cotidiana es la de disimular que escuchas, cuando no te estás enterando de nada y ni te interesa. Me ocurre a veces con mi marido (querido, si me estás leyendo, no te enfades, y si te enfadas, disimúlalo); a veces me habla del IBEX, de la bolsa, del euribor o, lo que es peor, ¡¡de enchufes y cosas eléctricas!! Mi técnica es mirarle fijamente y asentir cada cierto tiempo (es importante asentir, y si lo acompañas con un "aha" o "anda, vaya" da mucha más credibilidad a la cosa) e, incluso, si intuyes cómo crees que él va a terminar una frase, hacerlo por él, por ejemplo, "ya sabes, el euribor ha subido el 25..., 27...", "por ciento", digo yo, y él continúa hablando, pero ahí has metido tu cuña, para que parezcas totalmente metida en la conversación o más bien monólogo, porque sólo habla él y yo pienso "virgencita, virgencita, que no me pregunte de qué está hablando o me pida un resumen". Es raro, te sientes como en un examen, con la diferencia de que aquí el suspenso se traduce en "¡¡no me estabas escuchando!!", y ante la evidencia de que te ha pillado lo mejor es desviar la atención con algo que le guste, "¿qué hacemos de cena, panceta o hamburguesa con dos huevos?".

Pero hay otras. Estas son las más recurrentes y mis consejos para salir del paso:

Disimular que algo está delicioso. Esto es muy muy difícil. En mi caso me cuesta muchísimo cuando me ofrecen insistentemente algún pastel o tarta que tenga higos o pasas. Es increíble cómo a la gente que le parece que algo está buenísimo, piensa que al resto nos tiene que parecer lo mismo, "pruébalo, acabo de hacer la tarta, está riquísima", "no gracias, estoy llena", dices para no desvelar la verdad "oye mira, tu tarta tiene un aspecto lamentable". "Venga, toma", y ya te está metiendo prácticamente el trozo en la boca. 
Tú en una milésima de segundo piensas "por favor, que en ese trozo no haya pasas", ¿¿que no haya pasas??, ¡pero si parece una tarta de pasas con pasas! Muerdes un trozo minúsculo, te lo metes en la boca e intentas que no se note tu cara de asco y que te has tragado el trozo sin masticar y sin respirar. Miras lo que te queda en la mano, que te parece tan grande como un pan payés, y das otro mordisco; en un descuido de la "pastelera" te tapas la nariz para tragar el segundo bocado; pero la tía se descuida poco y te mira, "¿a que está riquisima?", "sí, muy buena". Pasa el tiempo y el trozo se fosiliza en tu mano, porque no te lo comes, "venga mujer, no comes nada", "ay, es que estoy llena, ahora, ahora". 
Si tienes la suerte de que haya mucha gente, puedes dejar el trozo encima de la mesa cuando nadie te vea; si tienes la suerte de que haya un perro por allí, puedes dárselo al perro sin que nadie te vea; y si no tienes ninguna de estas suertes, te lo comes despacito, tragando muy deprisa y sin respirar, procurando que no se note que te falta el aire. Después, un buen copazo, para quitar el sabor a pasas.

Disimular que miras a alguna chica de arriba abajo. Estás en un acto, o en una tienda, y ves a una chica, la miras un segundo y te llama la atención "qué guapa", y entonces te fijas en sus zapatos, te gustan, en su falda, te encanta, en su blusa, es ideal. Vale, vale, quieres estudiar más detenidamente ese look, pero que no se note como si fueras una cotilla de tomo y lomo o como si quisieras ligar con ella. Acércate despacio, mira de reojo, en plan detective y si hace falta te parapetas en un periódico, columna o puerta con cristales; tira algo al suelo, así podrás ver bien sus zapatos; también puedes hacer como que estás pensativa, con la mirada perdida. Eso sí, nunca, NUNCA JAMÁS, muevas la cabeza de arriba abajo para mirarla al completo, eso te hará parecer una marujona de libro.


Imagen idea de Sagrario C. y ejecutada por Marco A.

Tu hijo se pelea con otro niño en el parque. Estás en el parque con tu hijo, siempre pendiente de él, que no se pelee, que no robe juguetes, que no se caiga... Pero hay ratitos distendidos, lees el periódico, o hablas con alguna amiga o, mejor aún, tienes un día de perros, estás agotada y no te apetece hacer ya el más mínimo esfuerzo. Y de repente oyes a lo lejos que tu hijo se pelea por un juguete; te invade la pereza, estás taaaan a gusto. Oyes a la otra madre "déjaselo al niño, hay que compartir" y adivinas que es tu hijo el que se quiere apoderar de algún juguete que no es suyo. En condiciones normales vas a resolver la situación, pero ahora no te apetece, estás tan tranquila, o tan cansada..., así que mejor disimular. Hablas con tu amiga más alto, gesticulas, parece que no te estás enterando de nada de lo que hace tu hijo; o lees el periódico tan concentrada que ni te enterarías de una explosión, "que se apañen ellos", piensas. La cosa suele acabar como el rosario de la aurora y tienes que intervenir, pero al final, así que... que te quiten lo "bailao".

Alguien te llama, tú no lo oyes..., ¿o sí? Bueno, está claro que sí. Vas por la calle, por donde sea, y a lo lejos ves a alguien conocido que te provoca este pensamiento "ayyyy, noooo". Si giras sobre tus pasos se va a notar mucho, así que miras disimuladamente un escaparate y doblas la esquina, pero justo cuando lo estás haciendo oyes que te llama "¡Eeehh, Susana!!". Pero no quieres, te resistes, es el plasta de turno o algo peor, alguien a quien habías prometido llamar hace dos meses y no lo hiciste. 
Salir corriendo quedaría demasiado descarado, así que sigues andando, cada vez más deprisa, y la otra persona te sigue llamando, "me va a alcanzar", piensas. Pero tú haces como que no le oyes, el ruido de la calle te lo impide. Te agobias, ya está cerca, ya está cerca, entonces se te ocurre algo muy patético, finges que te suena el móvil y te pones a hablar, con cara de circunstancias; aceleras el paso como si te estuvieran dando la terrible noticia de que tu piso se está inundando. Ahora sí es creíble, ya no le escuchas y, además, vas tan deprisa que ya no te puede alcanzar.
NOTA IMPORTANTE: quitarle el sonido al teléfono, no vaya a ser que suene mientras lo tienes pegado a la oreja y estás atendiendo la llamada imaginaria.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Qué pasó anoche... (I)

Coge el teléfono, marca su número y, al compás de la espera, escucha los latidos de su corazón rugir dentro de su pecho. Está nerviosa, le tiembla el cuerpo, no sabe qué dirá si él descuelga, si contesta a la llamada.

- Hola.
Ella piensa, los nervios se acentúan, las palabras no salen...
- Oye, ¿estás ahí? - dice él.
Sigue sin decir nada, su mente va deprisa, pero está bloqueada.
- Julia, ¿estás ahí?, no oigo nada, ¿oye?, ¿oye? Cuelgo y te vuelvo a llamar.

Durante esos segundos piensa con rapidez, ¿cómo puede hablar con tanta naturalidad?, ¿como si nada pasara? Sigue sin poder decir ni una palabra. Él cuelga y pocos segundos después, el teléfono de Julia suena. Es él. Lo deja sonar, una y otra vez. Está más tranquila, aunque sigue nerviosa. ¿Qué hacer? Ha sido ella la que ha llamado primero, ha sido ella la que quería hablar con él y como no se atreve a decírselo a la cara (cobarde, qué cobarde se siente) ha optado por decírselo por teléfono.

Pero no contesta a su llamada. El teléfono sigue sonando, lo observa como si quemara y no lo coge. Maldita sea, si ha sido él el que ha fallado, ¿por qué se siente ella tan poca cosa, tan cobarde? Se pone más nerviosa aún y sin pensarlo empieza a teclear un mensaje, dirigido a él.

"Anoche te vi"

Lo envía y el peso que creía se quitaría de encima se ha multiplicado por mil. Su teléfono vuelve a sonar a los pocos segundos. Es él. Ha leído el mensaje. Julia se arma de valor y descuelga.

- Sí. 
- Julia, ¿qué pasa?
- Lo que has leído.
De repente se siente más tranquila. Solo acierta a decir frases cortas; cree que si da largas explicaciones se va a echar a llorar y no quiere.

- No te entiendo Julia, qué viste.
- A ti.
- ¿Dónde?
- Donde quiera que estuvieras ayer.

Intuía que él estaba empezando a ponerse nervioso, pero lejos de demostrarlo, atacó.

- Oye mira, no entiendo a qué viene esto, no te entiendo a ti, no me gustan los jueguecitos de palabras, los acertijos. Di las cosas claras, háblame sin dejarme a medias. Tienes un tono muy raro, ya está bien.
- Qué valiente pareces.

Ella seguía sin poder decir una frase más larga. Tenía ya un nudo en la garganta. Las tentaciones de colgar el teléfono eran cada vez mayores.

- Bueno ya está bien, me estoy empezando a cabrear. Háblame claro.
- ¿Dónde estás?
- Pues dónde voy a estar, en casa. ¿Dónde estás tú?
- ¿Y qué hiciste anoche?
- Puessss, ya te lo dije, salí con éstos.
- ¿Por dónde?
- Bueno..., primero de tapas y luego de copas, ya sabes.
- Pues te vi.
- Joder Julia, pues haberme dicho algo, ¿es que al final saliste?
- No exactamente.
- Ay mira, ya vale, venga, qué pasa, qué viste, que me estoy empezando a hartar.
- No quiero decírtelo yo, dímelo tú.

Pasaron unos segundos de silencio, y más silencio. Él no decía nada, sólo se le oyó resoplar y soltar una risita nerviosa.

- Oye, venga ya, ¿esto es una broma? Me estoy empezando a cansar.
- Cobarde.

Fue lo único que acertó a decir ella antes de colgar. No quería seguir escuchándole. La cabeza empezó a dolerle y a irle muy muy deprisa, ¿y si no era él? Sí, sí, seguro, era él, no cabía la menor duda. 
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un nuevo timbrazo del teléfono. Era él. De nuevo. Volvía a llamar. O movido por el sentimiento de culpa o por la perplejidad de la actitud de Julia. A ella, sin embargo, le pareció que había pasado muy poco tiempo para que él se hubiera buscado una excusa que darle, una explicación.

Se lo pensó, seguía sin poder hablar demasiado, el nudo en la garganta seguía ahí, pero se armó de valor.

- Qué quieres.
- A ti.

Esas dos únicas palabras fueron como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago y en el cuerpo entero. Con esas dos palabras lo supo, él se lo confirmó sin quererlo, el de anoche era él, sin duda. 

Qué poco piensan los hombres a veces... Qué poca picardía, qué poco saben leer entre líneas.

- Voy a colgar.
- ¿Por qué Julia? No cuelgues, venga, qué te pasa.
- Ya hablaremos.
- Vamos a hablar ahora.
- Pues venga, habla.
- ¡¡Bueno ya está bien!! Me estoy cabreando.
- Me alegro.

Y colgó. Julia volvió a colgar... Necesitaba una estrategia para que él confesara, para que ella no pareciera una loca que ve visiones...

lunes, 9 de septiembre de 2013

Qué pasó anoche (II)

Carlos se quedó con el teléfono en la mano, mirándolo con cara de póker. Decidió no volver a llamar a Julia, la cosa estaba liándose y ella parecía cada vez más enfadada. No sabía qué hacer, estaba dispuesto a no admitir nada hasta que ella no hablara. Conocía ese tipo de faroles; dices algo, lo insinúas, tiras de la lengua y, al final, la persona acorralada, pensando que le han pillado, canta por soleares.

No, no, era una trampa, estaba seguro. Comenzó a repasar mentalmente todos sus pasos de la noche anterior cuando el sonido de un mensaje en su móvil le sacó de su concentración. Resopló y con cierto temor lo abrió

“¿¿Estaba buena??”

Su primera reacción fue saltar del sillón de un respingo. Comenzó a ponerse muy nervioso. Notaba el sudor en sus manos y de repente empezó a picarle todo el cuerpo. ¿Cuándo había sido?, ¿en qué momento le había visto?
No podía ser.
Descartó la idea.
No pudo haberle visto.
Tuvo que ser alguien, otra persona, la que se lo haya dicho a ella.

¿Y si alguno de sus amigos se la ha jugado?

Cogió el teléfono nervioso y marcó el número de Luis. Apagado. Siguió con Ramón. Apagado también. Mejor no seguir, pensó. Esto es ridículo.

Tenía una resaca monumental y prefirió salir a la calle, a que le diera el aire. Se dejó el móvil en casa, a propósito. Se estaba volviendo majara, ¿por qué no le hablaba claro en lugar de andar con los mensajes de intriga? "Me está acorralando", pensó. Lo mejor sería negarlo todo, no era él, sería alguien parecido. Al fin y al cabo chicos altos y morenos hay a miles en la ciudad. Él se había cuidado de que no le pillaran. "Joder, menudo lío...".

La calle le despertó de su letargo y aflojó un poco sus nervios. La gente iba de un lado a otro, los coches circulaban normalmente..., pensó que adoraba Madrid y que, pasase lo que pasase, siempre le quedaría su ciudad, donde perderse y pasar de todo.

Paseó bastante tiempo, mucho, Princesa, Plaza de España, Gran Vía..., torció por la calle Fuencarral y acabó en la Glorieta de Bilbao. Entró en un bar y tomó un café con leche; ni siquiera pudo sentarse. Volvía a estar nervioso, volvía a picarle el cuerpo. Cuanto más cerca se sentía de casa, peor se encontraba... Bebía mientras pensaba, pensaba mientras bebía. Un empujón le sacó de su sopor, "balato, balato"; ni siquiera pudo contestar, se había echado encima lo que quedaba del café con leche y salió del bar despavorido con todo el lamparón sobre su camiseta blanca.

Decidió volver, necesitaba dormir algo. No creía que Julia volviera a casa; al menos no hoy, al menos no esta mañana. Llegó a Valle Suchil y torció por Rodríguez San Pedro. Iba andando tranquilamente cuando, casi ya en la esquina de su edificio la vio.

Allí estaba Julia, abriendo la puerta y entrando en el portal.

martes, 3 de septiembre de 2013

Qué pasó anoche (III)


Julia entró, cerró la puerta y escuchó. Silencio, no se oía nada. Dio una vuelta rápida por el piso y vio que Carlos no estaba. ¿La habría engañado al decirle que estaba en casa? No, en seguida se dio cuenta de que no, su teléfono estaba sobre la mesa del salón. Había salido hacía poco.

Le temblaba todo el cuerpo. De camino hasta aquí no pudo ni pensar, sólo quería encontrárselo de frente, mirarle a la cara y hablar con él. Ahora él no estaba. De repente se le iluminó una idea: “pruebas, tiene que haber pruebas”.  

Se pasó por alto su fe en él, la confianza depositada, el hecho de que su relación se basara en la verdad y en que cada uno, aunque en pequeñas dosis, tuviera su espacio, y no sólo su espacio en cuanto a tiempo con los amigos, tiempo con la familia, tiempo para uno mismo, sino también su espacio físico. Ella jamás le había fisgoneado nada; tal era la confianza que se tenían… Ella no era así, nunca le había mirado el móvil, ni registrado los cajones de su despacho, nada, absolutamente nada. Pero ahora…, decidió saltarse sus principios más nobles y comenzó a invadir el espacio de él sin ningún miramiento y, lo más importante, a toda prisa, porque no sabía si él llegaría en ese mismo instante o dentro de horas.

Comenzó a abrir cajones, registrar calzoncillos, dentro de los calcetines, en la caja de la maquinilla de afeitar, pero no encontró nada, “vale, vale, tranquila, tal vez no estés buscando en el sitio adecuado”, pensó, cuando se dio cuenta de lo ridículo de buscar dentro de un puñado de calcetines, sobre todo porque no sabía ni qué esperaba encontrar.

Se tranquilizó un poco, pero siguió buscando,¡¡el armario!! Lo abrió y metió la mano en todos los bolsillos de pantalones, camisas y chaquetas, y de repente, en una de ellas…, un papel. Lo sacó, lo abrió y le dio un vuelco al corazón.

Un ticket de compra de El Corte Inglés.
Fecha, hace tres días.
Hora, las 12:37

Sus ojos recorrieron a toda velocidad el ticket. La estaba engañando. Ella no había visto en casa ninguna bolsa de El Corte Inglés, ningún paquete, nada… Creyó que iba a llorar, pero la rabia la contuvo. Soltó un grito “¡¡cabrón!!” y entró como un torbellino en el despacho de Carlos, dispuesta a encontrar esa maldita compra. 

Abrió cajones, y nada, miró en estanterías, detrás de los libros…, nada. Reparó en varias facturas de teléfono del móvil de Carlos y de repente recordó las palabras de su hermana, "todas las pruebas están siempre en el móvil". Así que, sintiendo que invadía una fortaleza o que apuñalaba a su novio por la espalda, abrió la carta aún cerrada de la última factura. Leyó deprisa, miró con ansia si algún número se repetía, y efectivamente, ahí estaba, un número, un fijo, de Madrid, siempre el mismo, siempre, siempre, ¿y la hora? Casi la misma en cada llamada, 13:35, 13:02, 13:54, 12:56. Horas en las que él estaba en casa y ella, trabajando. 

Decidió no pensar, simplemente actuar. Corrió al salón a por el móvil de Carlos y con los dedos temblorosos marcó el número fijo que se repetía como el ajo en la factura. Marcó, ahí estaba, memorizado en la pantalla. Escuchó...

Un toque...
Dos toques... 
Tres toques...
Cuatro toques...
Por fin descuelgan. 

Julia creyó que se le subía toda la sangre de golpe a la cabeza cuando escuchó unas palabras y una voz de mujer. Colgó y con un grito desesperado lanzó el móvil contra la pared. Se estampó contra el suelo en unos cuantos pedazos, pero ella ni siquiera reparó en eso, siguió gritando mientras se movía de un lado a otro por la casa "¡maldito hipócrita!, ¡embustero!, ¡mírame a la cara y dímelo!".

Tenía que haber algo más y ya, sin ningún tipo de remordimiento, ni pudor ni sentimiento de culpa por pensar que tal vez se estaba equivocando, rastreó toda la casa como un perro de presa. Miró debajo de la cama, en el doble fondo de los cajones, encima de los armarios, vació estanterías, cajas de ropa sin usar, bolsas con mantas para el invierno... Nada.

Volvió al despacho de Carlos, a seguir rastreando. Cuando reparó en el sofá. Acababa de recordar que levantando el asiento había un hueco enorme para meter cosas. Carlos siempre tenía el sofá atestado de libros y hasta de ropa, probablemente para que Julia no se tomara jamás la molestia de abrirlo y mirar lo que había en su interior. 

Comenzó a liberar el sofá desesperada. Tiró al suelo los libros, los discos, la ropa, su mochila, todo lo que Carlos había puesto allí, probablemente de manera deliberada, para que a ella nunca se le ocurriera abrirlo. Él hacía que pareciera que todo eso estaba ahí encima porque era un poco desordenado, y en realidad lo dejaba allí a conciencia para que ni a nadie ni a ella se le ocurriera abrirlo.

Esta era la teoría de Julia mientras quitaba todos los trastos de encima. Cuando por fin el sofá estuvo libre se detuvo, respiró hondo y sin pensarlo dos veces, con la valentía que le daba la rabia y el desengaño, lo abrió y contempló horrorizada la prueba palpable de sus sospechas.

domingo, 25 de agosto de 2013

Qué pasó anoche (IV). El desenlace

Carlos abrió la puerta lentamente; entró despacio y se quedó espantado cuando vio el estado en el que estaba el piso. Lo primero que pensó fue que a Julia la habían atracado un grupo de matones, porque estaba todo por el suelo, los cajones abiertos, el sofá del salón con los cojines levantados, su móvil hecho pedazos en el suelo, las estanterías revueltas.

Pero no..., en seguida supo que había sido ella, porque Carlos pudo escuchar la respiración entrecortada de Julia. Entró lentamente en el despacho y se quedó atónito al ver la habitación, patas arriba y con Julia roja como un tomate, con las lágrimas a punto de salirse de sus ojos, respirando ronca, con el pelo revuelto y con un jamón 5J sujeto con ambas manos.

Pero lo que más le sobresaltó fue ver su sofá, su cofre secreto, su rincón escondido, abierto y mostrando al mundo todo su contenido. "No tengo escapatoria", pensó.

- Julia..., puedo explicártelo. No es mío, no es para mí, es un regalo...
- ¡¡Embustero!! ¡¡Cállate!! ¿Y todo lo demás qué es? ¡¡Hay cosas que ni siquiera sé lo que son!!

Julia levantó los brazos e intentó darle un jamonazo en la cabeza. Carlos lo esquivó como pudo y volvió a repetir "¡¡Julia, puedo explicártelo!! ¡¡Tranquila!!".

Ella volvió sobre sus pasos y empezó a nombrar a gritos todo el festín que estaba dentro del sofá, productos al vacío dentro de una bolsa de El Corte Inglés:

- Morcilla de Burgos... -dijo con la voz entrecortada.
- Julia..., mi amor...
- Chorizo de Almendralejo..., cecina, lomo adobado con ajo morado de Las Pedroñeras..., salchichón ibérico... -Su voz era un hilillo entrecortado.
- Vamos a hablarlo, Julia, no es mío.
- Zarajos... ¿¿¡¡Zarajos!!?? ¿¿Qué coño es eso??
- Pues... -dijo Carlos con el temor en la voz- Son tripas de cordero enrolladas en un palo.
- ¡¡Qué ascooooo!! ¡¡Canalla!! ¿¿Morcón?? -dijo cogiendo un paquete con las puntas de los dedos, como si quemara- ¿¿¡¡Qué es morcón!!??
- Es...,es... chorizo ibérico envasado en tripa gorda.
- ¡¡Aaaarrrgggg!! -gritó Julia espantada y lanzándolo contra la pared como si fuera una rata- ¡¡Eres un depravado!!
- Julia, tranquilízate...
- ¡¡¡Y preparado para cocido!!! ¿¿Cuándo pensabas cocinar un cocido en mi casa?? ¿¿Cuándo?? ¡¡Contesta!!

Carlos comenzó a dar vueltas por la habitación, como un león enjaulado; se llevaba las manos a la cabeza, a la boca, a los ojos, le volvía a picar todo el cuerpo. Tenía que inventar algo...

- Oye Julia, de verdad que es un regalo, ¿no ves que no hay nada abierto?
- Mentiroso, anoche te pillé. Te vi comiendo una hamburguesa.
- Ahhh, era eso a lo que te referías -dijo Carlos con una risilla nerviosa-. No mujer, era una hamburguesa vegetariana.
- Oye, ¿te crees que soy idiota? ¡¡¿Una hamburguesa vegetariana en el McDonalds?!!
- Eeeehh, yo..., no...
- Cállate, te he pillado, ya he visto tu teléfono, las constantes y repetitivas llamadas que tienes, casi a diario, a la hora de comer a Telepizza. ¡¡Cabrón!!
- Julia, las cosas se pueden hablar...
- Sí, sí, habla, ¿acaso siempre me has mentido? ¿Acaso cuando te pedí un compromiso conmigo, con el planeta, cuando te dije que para estar conmigo era indispensable no comer nada que tuviera ojos, que respirara, que tuviera patas, o alas, o pico, o cuernos?  ¿Me mentías cuando me decías que te pirrabas por el brócoli, la soja, el tofu, las algas? ¡¡Dímelo!!
- Todo eso está muy rico pero..., pero...
- ¡¡¿¿Pero qué??!!

Carlos sacó fuerzas de donde creyó que no las tenía; soportar el numerito de Julia con la enorme resaca sobre su cabeza se le estaba antojando insoportable. Hasta ahora sólo había podido decir frases entrecortadas, dudar, mentir..., pero ante la evidencia ya no podía seguir ocultándolo y decidió confesar: "Sí, como carne, ¿y qué pasa?".

- Repítelo -dijo Julia con la rabia en la cara, en la voz, en los ojos...
- No, no voy a repetirlo. Oye mira, yo te quiero, cuando me dijiste que eras vegetariana lo acepté y lo respeto; cuando me pediste que también lo fuera lo intenté, te juro que lo he intentado con todas mis fuerzas y, al ver la ilusión que te hacía que fuera como tú, seguí intentándolo; estuve dos meses sin comer carne.
- ¡¡Dos meses!! ¡¡Si llevamos tres años de relación!! ¿Me has estado engañando durante dos años y diez meses?
- ¡¡Sí, dos meses!! -dijo Carlos envalentonado- A ti te parecerá poco, pero para mí fue una eternidad; comenzaron a darme bajadas de carne en sangre...
- Por Dios Carlos, no digas estupideces.
- Es cierto, me encontraba mal, rara era la noche que no me despertaba sobresaltado, sudoroso por las pesadillas. Una manada de brócolis me perseguía por el desierto y sólo había torres de jamones donde poder refugiarme, ¡¡pero no tenía cuchillo para cortarlos y comer!!

Julia escuchaba atónita, sin poder dar crédito. Carlos, después de haber confesado, ya no podía parar de hablar.

- Otras veces soñaba que iba por la calle y todo el mundo comía un bocata de panceta, pero la peor pesadilla fue recurrente, día tras día: yo estaba dando una de mis conferencias y como micrófono tenía una barra de salchichón ibérico, y yo hablaba y hablaba, pero no podía darle un bocado.

Ahora Julia lloraba en silencio, dando pequeñas convulsiones con su cuerpo.

- Lo pasé fatal, fatal, te lo juro. Hasta que un día me armé de valor, entré en un restaurante y me comí unas judías con chorizo y un chuletón de buey. Me sentí bien, muy bien. Al principio comencé a hacerlo una vez a la semana, pensando que ya lo dejaría, que no quería mentirte, pero cada vez quería más, y más, hasta que no pude negar la evidencia y ya lo hacía normalmente.
- ¿Y el cocido? -preguntó Julia.
-  Bueno..., cuando te vas a casa de tus padres a pasar el fin de semana, suelo hacerme cocido, con morcilla extremeña, pringue y...
- ¡¡Aaayyyyy!!! ¡¡Cállate!!

Julia dio rienda suelta a su llanto; no podía parar, se sentía engañada, defraudada, asqueada.

- Oye Julia, lo podemos hablar, ¿es que esto va a ser el fin? ¿Tan grave es que no puedes aceptarme?
- Sí, sí lo es.
- Venga ya, ¡mírame! ¡Soy de una familia de carniceros! ¿No ves que lo que me pedías era un enorme sacrificio? ¿No valoras al menos el gran esfuerzo que he hecho? No he podido lograrlo, pero lo he intentado, por estar contigo. Venga..., anda..., ahora hazlo por mí, prueba un poco de jamón -le dijo acercándose a ella y rodeándola por la cintura.
- ¡¡¿Quéééé?!! Ni hablar.
- Oye, tú me pediste algo y al menos lo intenté; yo ahora te pido esto, inténtalo tú.
- ¿Pero no te das cuenta? Me pides que renuncie a mis principios y a que coma un animal. Estás loco si piensas que voy a hacerlo. Esto no tiene sentido.
- ¿Es que no te importa de mí nada más que lo que como? ¿No te gusta como soy, lo genial que es nuestra relación?
- Para mí esto es importante, muy importante. No puedo estar con alguien que cualquier día podría comerse a nuestro perro Cuqui.
- ¡¡Julia!!
- Deberías habérmelo dicho cuando pasaron esos dos meses; cuando caíste en las judías con chorizo. Llevábamos poco tiempo, habría sido más fácil dejarlo.
- ¿Me hubieras dejado por esto? -dijo Carlos soltando una carcajada de incredulidad.
- Desde luego.
- ¿Entonces?
- Entonces te perdono, creo que has visto lo mucho que esto significa para mí...
- Sí, Julia, sí, sabía que lo entenderías.
- Claro que lo entiendo, tuviste una tentación y al final recaíste. Te has enredado en una maraña de mentiras que ha terminado. Volvamos a empezar, yo te ayudaré a conseguir que la carne sea sólo un mal recuerdo para ti.

Ahora sí que Carlos soltó una enorme carcajada.

- Bueno, esto es increíble, me dices que me perdonas pero quieres que vuelva a dejar la carne. Estás loca si piensas que voy a hacer eso. Yo te acepto como eres y en mi frigorífico habrá sitio para tus brócolis y tus algas; haz sitio también para mis chorizos y mis preparados de cocido.
- Ni hablar. No voy a permitir restos de cuerpos en mi nevera.
- Pues entonces..., hay ya poco que decirse. Me marcho, ya vendré a recoger mis cosas.
- Así, sin más -dijo Julia con la esperanza de que recapacitara.
- Sí, así sin más. Me pides que sea algo que no soy.
- Carlos...
- Julia..., adiós. Ya volveré a recoger mis cosas cuando no estés.

Carlos salió de la habitación y, poco antes de llegar a la puerta volvió sobre sus pasos, cogió la bolsa de El Corte Inglés con todo su contenido, se puso el jamón 5J bajo el brazo y salió a sus adoradas calles de Madrid.


Dedicado a Marcos y a Pili, por escucharme y guardarme el secreto.

lunes, 12 de agosto de 2013

Salto al agua

No me lo pienso demasiado, me sitúo en el borde de la piscina, me inclino ligeramente, flexiono un poco mis rodillas, levanto los brazos y de un pequeño salto me tiro.

La entrada siempre es limpia, sin demasiado ruido, sin salpicar apenas... y el objetivo, cumplido: salir del exterior y sumergirme dentro y lo más hondo posible en el agua limpia.




Acto seguido buceo, muevo mis brazos acompasadamente y cruzo ni deprisa ni despacio una piscina muy larga y muy profunda. Logro así, con este simple gesto, evadirme de lo que en ese momento rondaba por mi cabeza y no era demasiado agradable. Sólo quería huir de eso, tumbada en la cama, paseando por la calle, sentada en la oficina, conduciendo mi coche, mirando un escaparate... Donde sea, cuando sea, pero si un problema o algo desagradable, incómodo o que me hace sentir mal se cruza por mi mente, mi manera momentánea de evadirme es esta, imaginarme sumergida en una enorme piscina, buceando tranquila, sin nadie alrededor. 

Me parece como si esos malos pensamientos o ese problema se quedaran atrás con las burbujas que salen de mi nariz.

Nunca he imaginado el fin de ese largo buceo, el momento en el que sacas la cabeza a la superficie y has llegado a tu meta. Parece que si sales, todo vuelve a estar ahí. Siempre me veo buceando, la piscina nunca se acaba, las burbujas siguen saliendo y quedándose atrás y yo me siento libre y limpia como un pececillo.

lunes, 5 de agosto de 2013

Más recomendaciones literarias (conmovedores)

He llamado a esta entrada de recomendaciones literarias "Conmovedores", aunque soy consciente de que esto es muy subjetivo y lo que a uno le puede parecer conmovedor, a otro se le puede antojar una lectura más liviana... De todos modos, como siempre, me dejo llevar por mis sensaciones cuando leí estos libros y, lo principal, que me gustaron mucho y que los recomiendo totalmente. Allá voy:

Nuestra Señora de París (Víctor Hugo). Ya recomendé de este mismo autor Los Miserables, y aunque Nuestra Señora de París puede que no me llegara tan hondo, le faltó poco. La historia de la gitana Esmeralda, del jorobado Quasimodo y del archidiácono Frollo en el París del siglo XV conmueve sobre todo por la injusticia que cuenta. Lo debería haber puesto también en mis imprescindibles.

El jardín de cemento (Ian McEwan). En esta ocasión también repito autor, ya que McEwan es el autor de Expiación, un libro intenso y también conmovedor. Pero El jardín de cemento tampoco deja indiferente, por la crudeza de la historia: cuatro hermanos, huérfanos, y un secreto que sorprende escodan con tanta naturalidad. La relación entre los hermanos también es bastante impactante.

Chesil Beach (Ian McEwan). De nuevo McEwan, autor altamente recomendable. A mí esta historia de una pareja, que comienza en su noche de bodas y continúa con saltos en el pasado relatando cómo se conocieron y cómo evolucionó la relación, me enganchó desde el principio. Se lo recomiendo sobre todo a los que estén un poco hastiados del amor ;) Porque este libro va de eso, del desamor y del error de dar un paso tan importante como el matrimonio con alguien que no conoces en absoluto, aunque creas que no era así.

La soledad de los números primos (Paolo Giordano). En realidad no sé si me gustó este libro. Por una parte sí, porque engancha, y por otra parte no tanto, porque me pareció una historia dura y triste. Infancia marcada y, de nuevo, el amor y el desamor.

La ladrona de libros (Markus Zusak). Es una historia preciosa. Cuenta la vida de una niña alemana de 9 años desde que es dada en adopción por su madre hasta que finaliza la guerra.

Últimas tardes con Teresa (Juan Marsé). Ambientada en Barcelona, cuenta la historia de una joven universitaria de clase alta, Teresa, y Manolo, un chico de clase baja, ladrón, y que está enamorado de ella. A mí me entristecía la soledad de ambos, dentro del mundo en el que cada uno vivía.

Las uvas de la ira (John Steinbeck). Está ambientada en Estados Unidos, tras el crack de 1929. Narra la historia de una familia, como tantas otras en la época, que se marcha de su lugar de origen para buscar un trabajo y una vida mejor. La agonía y las penurias llegan a hacerse palpables. A mí me impactó, sobre todo, la escena final.


miércoles, 31 de julio de 2013

El tren a Galicia o la vida prestada

Después del accidente ferroviario de Santiago de Compostela, de ese horror que todos hemos podido ver casi en directo, pensé en escribir esta entrada, pero he tardado tantos días en hacerlo porque no he sabido qué decir, y de hecho ni sé ahora qué escribir.

¿Que es de alabar la solidaridad y la entrega total de los gallegos, de los vecinos que estaban al lado del siniestro? Por supuesto, sin dudarlo, y aunque conozco a pocos gallegos, lo que he visto de ellos me ha cautivado. Son sencillos, amables, nada estridentes y siempre han provocado en mí un sentimiento de simpatía, afecto y muchísimo cariño. Por eso todo lo que se está diciendo de su solidaridad no me extraña en absoluto.




Pero en lo que más me ha hecho pensar este trágico accidente es en la fragilidad de la vida, que esta vez parece más palpable aún en Galicia. Nos creemos dueños de nuestro destino, de nuestros pasos, de nuestro propio universo..., y con bofetadas como esta te das cuenta de que no es así, que nuestra vida está, más veces de las que imaginamos, a merced de otros, del tiempo, de las horas, de un despiste, de una imprudencia, de otras voluntades que ni saben de nuestra vida ni, a menudo y por desgracia, son conscientes del peso de sus actuaciones.

A todos nos ha tocado esta tragedia en lo más hondo de nuestro ser, estoy convencida de ello, porque no hay nada más cotidiano que coger un tren y estoy casi segura de que nadie, jamás, cuando se ha subido a un tren ha pensado que pueda perder la vida en un accidente. No veo ningún consuelo posible, algo alentador que decir a los que han perdido a familiares o amigos en estas circunstancias, en la mitad de un recorrido de tren y de un recorrido vital, con sus planes, sus desilusiones, su gente, sus cosas esperando en casa..., su existencia, al fin y al cabo.

Pero también impacta pensar en el maquinista, de qué manera seguirá con su vida, con la pesada y angustiosa losa de haber provocado semejante desastre. Fuera imprudencia, despiste o exceso de confianza, pero lo cierto es que en su persona acumulaba los planes de muchísima gente, era el responsable de llevarlos a su destino, y no lo hizo, su error le pesará ya de por vida.

Desde aquí mi pequeño granito de arena para el consuelo de familiares y amigos de los fallecidos, y mi modesto homenaje a Galicia, inmensa, verde, preciosa... Va por ti, va por todos los gallegos.