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domingo, 31 de marzo de 2013

Diccionario infantil

Cuando salgo a la calle con mi hijo se le ilumina la cara al ver la luna en el cielo; es increíble cómo una cosa que parece tan simple o habitual, a él le parece maravillosa y extraordinaria. Es esa inocencia a todas horas la que hace que, cuando la ve, me diga insistentemente que la quiere coger. Yo no sé cómo explicarle que no se coge, que en la vida hay cosas que ves pero que son inalcanzables; aunque tal vez sea mejor no decirle esto y que todo lo que quiera intente alcanzarlo, tal vez lo logre, tal vez no, pero lo habrá intentado, aunque sea la luna.
Pero lo que más gracia me hace de todo es su lenguecita de trapo y esas frases ininteligibles que dice todo convencido, esperando una respuesta por nuestra parte o nuestra aprobación. Cuando no le entiendo me quedo mirándole y solo le digo "sí, claro, muy bien", y pensando para mis adentros "espero que no haya dicho que si puede tirar los platos por el balcón".
Y he pensado que no quiero pasar la oportunidad que me da este blog para inmortalizar esta época suya tan genial, y poner aquí muchas de sus expresiones y palabras, con su consiguiente traducción, porque suelen tener miga. Aquí van las más habituales:
Cutala - cuchara                 
Cutete - juguete 
Laaaanle - grande      
Pochocho - Pinocho      
Camañón - camión    
Cotillas - cosquillas
Ta cudo - está oscuro
Nu cucutilo - un cocodrilo        
No quedo (su expresión favorita por el momento) - no quiero      
No pedo (esta también está en el top ten de sus preferidas) - no puedo    
Manena - magdalena       
E coche abajo mesa ha pitido - ¿¿¿???        
Pelo - suelo     
¡¡Epeda mamá!! - ¡¡espera mamá!!       
A tedau la pota - ha cerrado la puerta
Yo pono quitín - Yo me pongo el calcetín           
Pero tuta a gato - el perro asusta al gato
Cabla - cabra        
¡¡Avanta papá!! - ¡¡levanta papá!!        
Quitín - chiquitín         
Quitina - chiquitina
A potó - ¿¿¿???
Y la palabra estrella que aún no hemos descifrado: CUTITA

domingo, 24 de marzo de 2013

Recomendaciones literarias (mis imprescindibles)

Leer es para mí un auténtico placer; leer lo que sea, porque soy de las que tienen una revista o un libro siempre a mano para leer incluso en los tiempos muertos (esperas el autobús, esperas en la consulta del médico...), y desde luego no hay nada comparable a la lectura de una gran novela, que te enganche y hasta te quite horas de sueño.
Estas son algunas de mis recomendaciones; advierto que tengo muchas, pero las iré poniendo en distintos post.

Los Miserables (Víctor Hugo). Es muy buena, es conmovedora y muy intensa. Yo la leí gracias a mi profesor de redacción periodística, Pedro Sorela, que nos obligó a leerla en primero de carrera. He de decir que un par de años antes intenté leerla y la dejé muy al principio, por eso animo a todos los que hayan desistido, a que sigan. Siempre estaré agradecida a este profesor por obligarme a que la leyera. Es una novela preciosa.

Fortunata y Jacinta (Benito Pérez Galdós). En realidad recomendaría cualquiera de Galdós (La de Bringas, La familia de León Roch, Lo prohibido, Miau..., o los Episodios Nacionales). Están todas muy muy bien; son geniales los diálogos, la descripción de los personajes y de las calles de Madrid del siglo XIX.

Aún es de día (Miguel Delibes). Con Delibes me ocurre como con Galdós, que recomiendo cualquiera de sus obras (Cinco horas con Mario, La sombra del ciprés es alargada, El camino...), pero Aún es de día me gustó especialmente; la leí hace muchos años y me enganchó desde el principio; no es la obra más conocida de Delibes, y precisamente por eso me llamó la atención.

Suite Francesa (Irène Némirovsky). Preciosa y muy conmovedora.

El filo de la navaja (William Somerset Maugham). Es una novela muy profunda y que hace reflexionar. La terminé de leer en el hospital, un día antes de dar a luz, y recuerdo estar totalmente enganchada leyendo pasillo arriba pasillo abajo.
De este autor también recomiendo Servidumbre Humana, que cuenta la conmovedora historia de Piliph Carey.

Expiación (Ian McEwan). Simplemente, sublime.

Continuará...

miércoles, 20 de marzo de 2013

Nube Negra

Dice Elsa Punset en su libro Una mochila para el universo que cuando nos enfadamos es debido a que nos secuestran las amígdalas y, claro, nuestro cerebro, según no sé qué conexiones de nuestras neuronas, pues se cabrea, y mucho. Yo, a todo esto, simplemente lo llamo “NUBE NEGRA”, sí, sí, en mayúsculas.

Mi mente está intentando gestionar las nubes negras, procesarlas pacíficamente cuando me ocurren, pero es una tarea muy difícil, requiere un gran esfuerzo…, casi el mismo que deshacer el entuerto que provocas si te dejas llevar por la propia nube negra y dices algo totalmente inconveniente o gritas a los cuatro vientos cualquier improperio. Ufffffffff, me da fatiga solo de pensarlo.

Las nubes negras, como su propio nombre indica, son como los chaparrones reales, a veces se ven venir y otras, yo diría que las más, te llegan así de sopetón, como si te dieran un sartenazo en la cabeza. En realidad da igual si te la esperas como si no, el resultado en tu organismo es el mismo en ambos casos: negrura total, ganas de estrujar algo o de estrangular a alguien. A veces me he preguntado si los gamberros que dan patadas a los contenedores o aporrean cabinas telefónicas están bajo los efectos de una nube negra, porque a mí cuando me pasa, me entran ganas de hacer todo eso; la diferencia es que no lo hago, afortunadamente.

Bueno, voy a explicarlo porque cuando lo leáis seguro que estáis conmigo en que os ha pasado más de una vez, y de dos y de cien. Es el cabreo de toda la vida, solo que elevado a la máxima potencia, y el mayor problema que yo veo a la nube negra, al menos a las mías, es que a veces llegan por algo por lo que no llevo razón, o al ver algo que no es exactamente lo que tú crees que ves (véase como ejemplo ver a tu novio hablando con una ex; entonces tu mente empieza a imaginar que se están diciendo lo mucho que se echan de menos y que van a esperar a que te vayas a dormir para darse un revolcón. Este es un ejemplo, hay miles…).

Cuando llega el detonante, eso que te han dicho, que has oído o que has visto, en cuestión de solo un segundo, la nube negra se posa sobre tu cabeza; bueno, más bien se posa DENTRO de tu cabeza, y a continuación se sucede un silencio sepulcral, dentro de tu cerebro, que hace que se recueza todo mucho más y que esa sensación de rabia y malestar se vaya apoderando poco a poco de ti. Después de este silencio, la cosa se extiende, fundamentalmente, a tu garganta y a tu estómago, provocándote un sabor amargo al que le sigue un fulminante dolor de cabeza, por no mencionar los efectos en tu cara, que se queda hecha un poema.

Lo mejor en estos casos es respirar hondo, no decir nada y, si no te ves capaz de controlarte, escapar a un lugar donde puedas estar a solas contigo y con tu nube negra hasta que, poco a poco, se vaya disipando.
Y lo peor es dejarte llevar, porque si es así la discusión con la otra persona (causante de tu nube negra) está más que asegurada, con el consiguiente arrepentimiento posterior.

En fin, este post está dedicado a los que han sufrido en alguna ocasión mis nubes negras o a los que han compartido conmigo más que carcajadas al intentar definir la "nube negra" y los estragos que provoca ;)

domingo, 17 de marzo de 2013

Apechuga

Una conocida, más bien poco conocida, diría yo, ya entradita en años con quien estuve hablando hace pocos días, me contó, así sin tapujos, sin ni siquiera tener en cuenta que apenas me conoce y que es un tema privado total, que ella había abortado hasta tres veces. Mi cara fue un poema, porque esta mujer es madre, y me sorprendió su naturalidad al decirme que había interrumpido embarazos hasta en tres ocasiones, porque había querido.
La verdad es que me quedé sin habla, pero tampoco le dije nada, ¿qué iba a decirle?, yo no soy nadie para juzgarla. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que tenía amigas que lo habían hecho más veces. ¿¿Cómo??, ¿es que habrá gente que tenga el aborto como método anticonceptivo? Mi perplejidad fue tal que no le di demasiado crédito, aunque la duda ya me ronda desde aquel día y no paro de preguntarme en qué cabeza hueca cabe el abortar una y otra vez porque te has quedado embarazada sin quererlo o sin planearlo.
Desde luego no me meto en casos extremos e incluso hasta dramáticos en los que una mujer puede quedarse embarazada. Hablo de casos normales, de mujeres normales, que deciden abortar por la edad, la situación, la inconveniencia de otra vida en sus propias vidas...
Me parece cruel, muy cruel; si has tenido un accidente, un desliz, apechuga con él. Igual que nadie te da derecho a matar a tu hijo de dos años, de ocho o de veinte, tampoco lo tienes para matarlo cuando está en tu vientre. Ya es un ser vivo, ya te siente, ya depende total y absolutamente de ti.
Hay casos en la vida donde no tenemos más remedio que apechugar, tirar para delante con la frente bien alta y una fuerte voluntad, y sin duda creo que este es uno de esos casos.
Vive el embarazo, descubre lo maravilloso que puede llegar a ser y si tus circunstancias son las mismas cuando estos nueve meses finalicen, ten a tu hijo y haz feliz a otra familia. Hay muchas, muchísimas parejas que no pueden tener hijos y lo esperan con todas sus fuerzas, y otras que llevan años intentando adoptar.
Hay muchas familias deseando dar cariño, tener un miembro más en su familia, darle lo mejor y hacerle feliz.
Va aquí mi admiración para las mujeres que, aun suponiendo un terrible disgusto inicial, para ellas o para sus familias, han decidido continuar, a pesar de todo lo que se les venía encima.
Al final, lo que queda es la vida. Y estoy segura de que, igual que habrá mujeres arrepentidas por haber abortado, no hay ninguna, ninguna, que se haya arrepentido de no haberlo hecho.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Talento

El otro día escuché a una escritora decir algo que me gustó mucho; hablaba del talento y aseguró que "todos tenemos uno", se trata de saber cuál es el nuestro, descubrir qué es aquello que hacemos no sólo bien, sino muy bien, y llevarlo a cabo, supongo que para gratificación nuestra y, ya miel sobre hojuelas, de los demás.
Tras escuchar estas palabras me puse a pensar en cuál es mi talento, y es que uno siempre tiende a pensar que el talento está relacionado con cosas grandiosas como ser compositor, escritor, pintor, cirujano... Cosas al alcance de unos pocos privilegiados.
¿Tendré un talento que no he descubierto?, ¿o eso se debería saber casi desde que eres pequeño? Menudas preguntas trascendentales me asaltaron en sólo unos pocos segundos, y llegué a sentirme hasta frustrada porque no sabía cuál era el mío, si es que lo tenía.
Al final he descubierto que el talento puede surgir de cualquier cosa, y que no creo que sólo tengamos uno. Yo creo que hay talento si podemos arrancar una sonrisa a alguien, hacer sentir mejor, ofrecer, no dejar caer o levantar el ánimo; talento para ayudar a los demás, aunque sea con pequeños gestos, como una agradable conversación, una invitación inesperada o siendo positivos, simplemente.
Yo es obvio que no tengo talento para hacer postres, o para decorar casas, pero sí creo que lo tengo para otras muchas cosas cotidianas.
Desde luego el que tenga un talento creativo, que pueda dar a conocer a los demás, es más que afortunado; pero las cosas que son apenas perceptibles seguramente tienen más valor.

domingo, 10 de marzo de 2013

Infancia en la calle

Las tardes de domingo me ponen nostálgica, y si está lloviendo, más aún. Hoy me ha dado por acordarme de mi infancia y los innumerables días que pasé en la calle, como seguramente la mayoría de vosotros.
Era genial, estabas a todas horas fuera de casa, jugando a lo que fuera o inventando mil historias con tus amigas, mil mundos imposibles.
Aquello era un mundo genial, cogías la bici y te ibas a cualquier parte, aunque estuviera cerca, pero imaginabas que eras taxista o que llevabas un mensaje muy importante a alguien. Y qué me decís de las carreras, que siempre acababan con alguna rodilla desollada; o del escondite, el balón prisionero..., mis hermanos jugaban a las canicas y a las chapas, nosotras a la comba o a la goma.
Y siempre, estaréis de acuerdo conmigo, había algún sitio prohibido donde no se podía ir; en mi caso era "el pozo", que todos imaginábamos como un agujero muy profundo, muy oscuro y muy peligroso. Evidentemente la descarada curiosidad infantil hacía que todos, alguna vez, nos asomáramos allí, con el corazón a cien por hora de emoción y las piernas listas para que, al mínimo ruido, echáramos a correr entre gritos y risas nerviosas.
La infancia también tiene su punto de pequeña crueldad y, claro, nos divertíamos llamando a los timbres de las casas para, acto seguido, salir corriendo; gastando alguna que otra broma a la viejecita de enfrente o espiando de muy mala manera (porque siempre te pillaban) a las parejas de novios que se besaban en la esquina.
Qué tiempos tan bonitos..., yo hasta cenaba un bocata en la calle, porque tenía la sensación de que si me marchaba de allí aunque solo fuera un minuto, me iba a perder algo emocionante.
El pueblo donde he vivido todo esto es Manzanares (Ciudad Real) y "la explanada" fue el lugar de todos estos juegos, estos misterios y estas largas y largas horas fuera de casa. Ahora este lugar ya no existe, lo ocupa un centro de salud, y a veces, cuando paso por allí, me da por imaginar que seguro que cuando el centro cierra, se pueden escuchar nuestras risas, carreras y juegos de niños.

jueves, 7 de marzo de 2013

Anfitriona

El sábado pasado tuve invitados a cenar. Me encanta tener invitados, es una ocasión para disfrutar de buena compañía, de una agradable conversación y de demostrar lo buena anfitriona que eres. Lamentablemente, yo no siempre lo consigo.
Cuando supe que mis dos mejores amigas y el marido de una de ellas vendrían a cenar pensé qué podría preparar diferente, original, para sorprender y quedar estupendamente. Y se me ocurrió hacer una deliciosa tarta para el postre, como guinda a una cena perfecta.
Llamé a mi madre, busqué por Internet y al final decidí hacer una tarta de éstas con galletas que llevan capas de chocolate, nata y lo que quieras echarle. Cuando te lo explican o lo lees parece más fácil que pelar un plátano, pero no, aquello se convirtió en una batalla campal en mi cocina entre las galletas, la leche, la nata, el chocolate y yo; ¡ah!, a lo que hay que añadir que mi hijo quiso "ayudarme" y, para entretenerle le dejé unas cuantas lentejas en dos botes para que pudiera pasarlas de uno a otro, el problema es que a veces no terminaban en el bote, sino en mi tarta.
Comencé a hacerla con buen pie. Primer paso, echar leche en un recipiente: bien; segundo paso, fundir el chocolate: bien; tercer paso, mojar las galletas en la leche: bien; cuarto paso, hacer las capas: mal, rematadamente mal.
Aquello parecía un revoltijo de todo; la primera capa de galletas me salió bien, pero cuando eché el chocolate aquello empezó a descuajaringarse. Empezaron a entrarme sudores fríos mientras, de vez en cuando, me llegaba alguna lenteja por los aires, pero aun así me armé de valor y decidí continuar. Aquello no mejoró, porque cuando llegué a la capa de la nata la cosa empezó a desparramarse por todos lados; era como si las galletas se resbalaran lentamente y quisieran salirse de su sito, así que se me ocurrió poner, a modo de muro de contención, más galletas en vertical.
El resultado era lamentable, además las capas no se diferenciaban bien y cuando echaba una de chocolate, la nata de abajo parecía querer salir a flote. Al final, cuando acabé las capas, entre lo poco que éstas se notaban y las galletas puestas a modo de dique, el aspecto de la tarta era penoso.
Pero el colmo de la mala suerte llegó cuando, en un descuido, mi querido hijito cogió su cuchillo de plástico y comenzó a apuñalar la tarta con tal saña que para sí la quisiera el más malvado de los asesinos en serie.
Cuando me di cuenta pegué un grito que seguro se oyó en todo el vecindario. Mi marido vino corriendo pensando que algo terrible había pasado y, viendo el churro que había hecho dijo "seguro que está buenísima".
Un par de horas después, cuando la tarta se enfrió la impresión fue peor todavía; aquello parecía un ladrillo, no por la forma, sino por lo duro. La habría podido utilizar para defenderme ante cualquier violador. Le hubiera dejado KO.
En fin, el caso es que como mis amigas me quieren, me conocen y hay mucha confianza, yo saqué la tarta después de la cena, avisándoles de que no tenía pico y pala para que pudieran comerla, y que lo hicieran con sus manitas. La verdad es que al menos nos sirvió para echarnos unas risas.
Pero algo he aprendido: postres no, si alguno de vosotros viene de invitado a casa, me cruzo la calle a comprar una tarta o pongo en la mesa un tarro de Nocilla con unas cuantas galletas.

martes, 5 de marzo de 2013

Las sombras de Grey

Qué ingenua he sido, cómo me he dejado llevar por la masa, por los gustos más absurdos. Pardilla de mí, cuando un grupo de chicas me habló del archifamoso libro "Cincuenta sombras de Grey" (al que al parecer le siguen otros dos), pensé que sería la bomba y, mentalmente, me marginé a mí misma por no estar leyendo, en ese mismo instante, ese libro tan maravilloso y que, al parecer, tanto engancha.
Supongo que no estuve muy despierta cuando ese grupo de chicas, todo emocionadas, me dijeron "fíjate que yo no soy de leer y este libro me tiene enganchada totalmente". Evidentemente debí haber pensado en ese momento, "si alguien no es de leer habitualmente, su nivel de exigencia literaria deja mucho que desear". Pero no reparé en ese nimio detalle y en cuanto tuve la oportunidad, ese mismo día, corrí a una librería a comprarme el libro. ¡Yo!, ávida lectora, ¿cómo no había oído ni hablar de ese novelón?, ¿cómo era posible que no estuviera ya en mi biblioteca, en mis estanterías, ocupando un lugar preferente? Tantas opiniones a favor no podían estar equivocadas.
Cuando comencé a leerlo se me cayó el alma a los pies, literalmente hablando. Estuve a punto de dejarlo en varias ocasiones, porque me pareció una estafa y un insulto a cualquier lector adulto de más de 12 años; bueno, qué digo, probablemente haya chicos y chicas de 12 años que escriban mejor.
Pero como no me gusta dejarme un libro a medias, lo he hecho en muy contadas ocasiones y, además, había desembolsado ya no recuerdo cuánto dinero, me armé de valor, me tragué mi dignidad de lectora y seguí con el libro.
La historia es pasable, aunque un poco absurda, y es tan típica..., chico buenorro, educado, con clase, con estilo y forradísimo, se siente atraído por la típica chica normalita. Pero fíjate tú que el chico tiene un turbio pasado, aún no desvelado en la primera entrega, que hace que exiga a la chica una serie de juegos sexuales que tienen como pilar básico la sumisión más absoluta por parte de ella.
La historia podría enganchar si no fuera porque, gramaticalmente y literiariamente es de pena. Podría haber sido, en lugar de un libro, una entrega semanal por capítulos de alguna revista adolescente tipo Súper Pop (no sé si esta revista sigue existiendo). Sus conversaciones son dignas del mejor capítulo de la serie Física o Química, y me entraban espelucos cada vez que la protagonista decía frases tan memorables y repetitivas como "la diosa que llevo dentro" o "está tan bueno...", "es tan guapo...", "qué culo tiene...".
Dicen que lo han comprado millones de mujeres y que, incluso, ha provocado divorcios porque ellas les exigían a sus maridos prácticas sexuales tan atrevidas como las que aparecen en el libro y que ellos, sorprendidos, se han negado.
¿Algo positivo del libro? Lo único que se me ocurre es que, al menos, ha lanzado a la lectura a personas que han abierto pocos libros en su vida. Y es muy triste que esas personas no se hayan enganchado con joyas como Los Miserables, Fortunata y Jacinta, Servidumbre Humana, El filo de la navaja, A sangre fría, El camino, El guardián entre el centeno, Bel Amy..., y tantos y tantos otros.
La verdad es que me siento un poco avergonzada por haber contribuido, al comprarlo, a que este libro sea un best seller

lunes, 4 de marzo de 2013

"Cutita"

Mi hijo, de dos años y medio, dice constantemente "cutita". Me encanta esta palabra, o lo que quiera que sea. No tengo ni idea de qué significa, porque está en la época de la lengua de trapo, en la que aún no dice frases completas, solo dos o tres palabras juntas, y en la que intentas adivinar qué quiere decir, sobre todo por el contexto de lo que está haciendo.
Pero lo de "cutita" se nos escapa a todos, no tenemos ni idea de qué es. La suele acompañar con palabras como "caca", "casa" o la pasa al masculino diciendo "cutito vino". Quisiera saber qué significa, tengo una curiosidad enorme, pero por más que nos estrujamos mi marido y yo los sesos, no sabemos qué puede ser; aunque es genial cuando la dice, porque suele ir acompañada de una sonrisa.
Qué pensará, qué pasará por su cabeza y qué época tan genial; de inocencia, de amor, de un querer incondicional. A veces pienso qué nos pasa cuando nos hacemos adultos, que perdemos una gran parte de todo eso. Perdemos la "cutita".

Me encanta, "cutita"; no quiero olvidarla nunca y voy a darle una definición: algo dulce, muy grato, como algo bueno que te espera, que está por llegar.

viernes, 1 de marzo de 2013

Madrid

Madrid tiene un aquel que yo no sé qué es; bueno sí lo sé, mucha magia, mucha vida y mucha gente por todos lados, o por casi todos.
Tengo la suerte de haber vivido diez años en esta increíble ciudad y, aunque no puedo contar grandes aventuras ni cosas extraordinarias, sí puedo decir que durante todo ese tiempo me sentí totalmente enganchada a ella y teniendo la certeza, cada día más fuerte, de que acabaría echando raíces allí, para siempre. Al final, circunstancias de la vida, el trabajo me llevó a Toledo, pero puedo asegurar que me costó horrores dar el paso, es más, creo que lo di pensando que era algo temporal y que, tarde o temprano, volvería a mi adorado Madrid. No ha sucedido así y ahora la tengo como una ciudad a la que visito con cierta frecuencia, pero que me ha dejado un recuerdo imborrable y un punto de nostalgia cada vez que vuelvo a pisar sus calles.
He tenido la suerte de conocer en ella a las personas más disparatadas y, paradojas de la vida, hacer muchísimas cosas disfrutando de hacerlas sola, como un cine, un largo paseo, mis escapadas al Museo del Prado..., muchas más cosas de las que haría en el pueblo, por ejemplo, donde siempre hay alguien conocido.
Por no hablar de sus múltiples alternativas, o de esas llamadas de algún amigo, a las 12 de la noche de un martes cualquiera, diciéndote "vente para Santa Ana", y encontrarte cosas y más cosas en cualquier calle, daba igual la hora.
O el ruido de la ciudad. Me encantaba tumbarme en la Plaza de España, mirar al cielo y escuchar el sonido; ay, un sonido que casi se podía tocar, de lo intenso que era, y observar a las ninfas de la fuente, solas, desnudas y con el culo mojado.
O simplemente pasear por Gran Vía, ya fueran las 11 de la mañana, las 5 de la tarde o las 4 de la madrugada; a cualquier hora veías algo curioso o notabas esa jungla que pisa el asfalto.
¿Y qué me decís de las cañas en La Latina?, ¿o de los paseos por el Retiro?, ¿del encanto de Huertas?, ¿el olor de Malasaña?, ¿la amabilidad de la gente cuando te diriges a ella y su pasotismo cuando no les prestas ni atención?, ¿y Cibeles?, ¿y las salidas de marcha improvisadas a cualquier hora, en cualquier lugar?
Puede que esté diciendo cosas típicas, pero muy especiales para mí.
Ay, Madrid, Madrid, espérame siempre, que algún día volveré.