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miércoles, 23 de abril de 2014

Tragedia en la puerta del colegio

Ser madre (o padre, supongo) es duro, muy duro, o al menos a mí me lo parece. No quiero parecer demasiado sensible, tal vez lo sea o tal vez es la época que estoy viviendo, o puede que sea así porque sí, pero hoy me siento un poco desolada, y simplemente quería ponerlo aquí, para leerlo más adelante y a lo mejor reírme.

    Seguramente las que no son madres no me entienden, yo tampoco lo haría si no lo fuera; y probablemente las que tienen la terrible desgracia de tener hijos con algún problema o alguna enfermedad, lo consideren una sensiblería estúpida. Pero dentro de la nimiedad de mi caso, de lo ridículo que pueda parecer, hoy me siento así y lo voy a contar, porque quiero, porque este es mi sitio y porque estoy convencida de que más de una se va a sentir identificada, por muy ridículo que parezca desde fuera.

    Este es mi caso, y que nadie suelte una carcajada: he llevado a mi hijo al colegio y se ha quedado llorando como un desesperado (lleva haciéndolo desde ayer, tras las vacaciones de Semana Santa). Me decía cosas ininteligibles, me llamaba a mí y a su padre a gritos, me tiraba de la ropa para no separarse de mí, pedía algo entre lloros que yo no lograba entender, mientras con un nudo terrible en la garganta, en el estómago, en los pies y en todos lados, intentaba zafarme de él, cuando la realidad es que me lo hubiera llevado de allí en volandas porque no puedo imaginar más dramatismo en una situación, tipo separación porque se llevan a tu hijo… ¡¡secuestrado a algún país lejano!! (bueno, si fuera un secuestro no me podría despedir de él, ahora que caigo).

Al dejarle allí, con la profesora, con sus compañeros, y llorando a moco tendido provocándome la sensación de que mi hijo cree que le abandono, que le dejo en ese estado lamentable sin piedad, me he sentido como un puntito en el desierto, como si me engullera la arena y me ahogara, triste, impotente, llorando como una tonta y necesitando un abrazo que me ha dado vergüenza pedir porque me parecía una situación de lo más ñoña y ridícula (lo que me extraña es que no me esté dando vergüenza contarlo).

    ¡Qué raro todo esto! Antes, cuando veía en las noticias lo de la vuelta al cole, con los niños llorando como corderitos, me hacía hasta gracia. Ahora, si el hijo es el tuyo y se agarra a tu cuello como si fueras su bote salvavidas, me da una pena espantosa; además, tienes que contener las lágrimas y parecer que aquí no pasa nada, al menos delante de él. Luego, cuando te das la vuelta y no te ve, ya es otra historia.

A veces me pregunto por qué las cosas no son, simplemente, fáciles. En fin, lo miraré de esta forma: yo también he vuelto de las vacaciones y al ir hacia el trabajo no lloro porque soy adulta; buenas ganas me entran de berrear como una loca agarrada a la farola mientras mi jefa tira de mí "¡¡que tienes que terminar 20 notas de prensa, ven aquí ya, remolona!!".

"¡¡Nooooo, mamá, no me dejes solita, perdóname, te quiero mucho, ya me voy a portar bien, noooooooooooooo!!", diría yo para intentar librarme de lo inevitable.

En fin, mañana será otro día.

martes, 15 de abril de 2014

Qué come una tarjeta de crédito

Yo podría perfectamente hacer el papel de la Infanta, en plan "no me entero de nada de lo que hace mi marido con la pasta", "no sé ni cuánto dinero tengo en la tarjeta de crédito"... Eh, eh, que hablo en serio, yo sería la versión real (no de realeza, sino fidedigna) de ella, solo que en lugar de con millones de euros en la cuenta, con 400-600 eurillos, euro arriba, euro abajo, en la mía. Pero la verdad es esa, que me fijo poco en mis movimientos bancarios.

Hasta que el otro día..., ¡zas!, me di un golpe en la cabeza y decidí mirar mis movimientos del último año. Bueno, ya en serio, lo hice porque quería cambiar de tarifa de móvil y quería ver qué gasto medio he tenido. Así que me puse a rastrear y cuál fue mi sorpresa cuando compruebo que mi amado banco me quita, así porque le da la gana, 10 euros cada tres meses, más otros 19 euros anuales de "mantenimiento de tarjeta". Total: 59 euracos al año por toda la jeta. Que dan rabia, mucha, pero más si te pones a pensar en la de cosas que podrías hacer con ese dinero (la Infanta hará poca cosa, pero yo y la mayoría de los mortales les sacaríamos seguramente mucho partido).

Pues yo ala, rauda y veloz llamé por teléfono a mi banco. Me atendió una chica majísima y le pregunto que de dónde vienen esos 10 euros cada tres meses, y me dice la tipa:

- Bueno, eso es porque no tienes un saldo medio en tu cuenta de 2.000 euros.

"Perdona chata, si tuviera ese saldo medio no se me resistirían esos zapatos carísimos y preciosos que me miran cada vez que paso por el escaparate de la tienda".

- Si los tuvieras, no te cobraríamos esos 10 euros al trimestre -continuó Toñi, creo que se llamaba.
- ¿Cómo? -le contesté-, ¿me estás diciendo que si tengo más, no me quitáis dinero, pero si tengo menos, me quitáis al año 40 euros porque sí?

La chica soltó una risilla muy digna.

- Bueno, sí, es así.
- Aaahhh -dije sin saber qué opinar al respecto.
- Pero si te acoges al plan XXXX (ni recuerdo el nombre ni me interesa), no te cobramos nada, pero claro, tienes que ingresarnos tu nómina y hacerte una tarjeta de crédito.
- Ya tengo una, por la que me cobráis 19 euros al año.
- No, no, esa es de débito.
- Aaahhhh -volví a decir-, pero oye, una duda, ¿en concepto de qué me cobráis 19 euros al año por la tarjeta?, porque antes era gratuita. ¿Esto cómo va?, primero nos la dais para que veamos lo cómodo que es y luego, cuando ya nos hemos acostumbrado, nos cobráis, y no muy barato, precisamente.
- Bueno, el cobro es por su mantenimiento.
- ¿Qué mantenimiento necesita una tarjeta de crédito?
- Mmmmmm, bueno, es el servicio que damos -La chica creo que no supo qué decir.
- ¿Es que hay que sacarla a pasear?, ¿necesita alimentación?, ¿chapa y pintura?, ¿qué mantenimiento necesita una tarjeta?, ¿no me quitáis ya suficiente con los 40 euros anuales en concepto de que "como tienes poco dinero, te quito más"? Creo que me saldrá más barato comprarme una mascota, tipo pez, hamster o canario.
- Es por el mantenimiento -repitió Toñi poniéndose un poco nerviosa.
- Bueno, pues entonces quiero cancelar mi cuenta, no me merece la pena que me quitéis 59 euros al año.


Toñi guardó silencio, la escuché teclear y me dice:
- Susana, tú tienes tu cuenta en Madrid, tienes que cancelarla allí.
- ¿Quééééééééééé?, pero si vivo al lado de vuestra oficina, ¿me vas a hacer ir a Madrid?
- Es que es lo que hay que hacer, por cierto, ¿calle Guzmán el Bueno?, qué gracia, mi hijo vive allí, que está estudiando, me encanta esa zona, voy muy a menudo y es estupenda.

¡¡Anda con Toñi!!, ahora quería camelarme y hacerse amiguita mía contándome la vida de su hijo estudiante.

- ¿Tú vivías por allí?
- ¿Yo?, eehh, sssí, claro -Tuve que contener mis ganas de parlotear con esta chica, que quería hacerse amiga mía y colarme lo de la tarjeta de crédito nueva, así que fui fuerte-. Bueno, entonces tengo que ir a Madrid, ¿en serio no se puede hacer de otra forma?
- Mira Susana, es mejor que les llames a ellos y les expliques lo que me has contado a mí.

La pobre Toñi prefería lanzar la patata caliente a otra persona; total, no querría ser ella la responsable de mi salida de su banco y, claro, ella no habría puesto las reglas de que me quiten al año 59 euros que yo tan ricamente podría emplear en otra cosa.

Así que la dejé tranquila, total, ella no era la responsable de ese cobro anual, ella sólo cumplía órdenes de arriba, imagino. De esos señores trajeados, que oye, yo entiendo que tengan que cobrar, al fin y al cabo te dan un servicio, pero como no me merece la pena y me parecen unas comisiones totalmente abusivas, me guardo mis cuatro perrillas debajo del colchón y santas pascuas.

miércoles, 2 de abril de 2014

Situaciones (VII): Tiendas trampa

Antes de entrar en una tienda a la que sólo quiero ir a "mirar", observo a través del escaparate si hay clientes comprando, o mirando, o lo que sea, algo que no haga que esté yo sola en la tienda, que suele ser pequeña, con la dependienta, y enfrentarme al típico "¿Te puedo ayudar?".

Las que hayan leído este párrafo y se sientan muy seguras de sí mismas cuando se ven en esta situación pensarán "bueno y qué si hay alguien o no, tú entras y punto". Pero no, yo no estoy metida en ese grupo, yo necesito que me dejen a mi aire y que no me pregunten, ni estén detrás, ni me agobien. En más de una tienda y más de dos me he comprado algo por comprar, por vergüenza a no llevarme nada, porque la dependienta ha sido tan sumamente maja conmigo o le he dado tanto el coñazo que, al final, aunque no me guste nada, acabo llevándome lo más barato, por comprar algo.

Pero no voy a detenerme en la situación de ser yo la plasta (eso daría para otro post), la que hace que le saquen 20 sujetadores y 40 bragas y al final no se lleva nada, dejando el mostrador de la tienda como un cajón de éstos de rebajas donde puedes revolver lo que sea. Prefiero hablar de las "tiendas trampa", o las dependientas "ladinas", que se dedican a embaucarte con su sonrisa encantadora, con sus palabras aduladoras o, peor que todo eso, diciendo a tu hijo toda clase de gracias, regalándole piruletas e incluso, y esta situación es real, subiéndole a su silla del mostrador y enseñándole en el ordenador unos dibujos animados para que tú puedas mirar tranquilamente la tienda entera, probarte lo que te dé la gana mientras ella te dice "tranquila, tranquila, tú mira lo que quieras, que ya le vigilo yo". ¿Quéeeeeeeeeeeeeeee??, ¿cómo vas a salir de esa tienda sin llevarte ni un solo trapo?, imposible. Y lo peor de todo es que empiezas a apurarte muchísimo cuando, tras la prenda número 15 que llevas probada, compruebas que ninguna te convence, con el consiguiente dilema "vale, vale, ¿qué hago yo ahora?, mi hijo lleva más de 30 minutos hipnotizado con Peppa Pig, yo estoy desmantelando la tienda y ¡¡¡no me gusta nada!!!".

Entonces miras las etiquetas a toda velocidad, porque quieres salir de allí, y empiezas a clasificar entre lo carísimo, lo que no está mal de precio y lo que está tirado de precio. Como suele ser habitual, de esta última categoría no te gusta nada, así que vas a la categoría central, y clasificas entre lo que no te gusta nada y lo que te gusta ni fu ni fa; vuelves a probarte otras cuantas cosas y eliges algo, "esto mismo, total, son 20 euros".



Sales del probador apuradísima, la chica sigue con su sonrisa hasta el infinito y dejas la prenda elegida en el mostrador, "¿qué tal?", "pssss, bueeeeno, es que tienes tantas cosas que no sé cuál elegir". Madre mía, menuda respuesta ridícula. Imagino que la dependienta está acordándose de toda mi familia, y más aún cuando, casi dispuesta a pagar, ves unos pendientes pasables por 6 euros, de estos que te dejan la oreja como un tomate deshidratado, "ay, me los llevo", y dejas la prenda de 20 euros olvidada, así con disimulo, pagas los pendientes, coges a tu hijo en volandas y con una sonrisa enorme dices "bueno, muchísimas gracias, me encanta todo, hasta pronto". Ufffff, la cosa me ha salido por 6 euros, no está mal.

Pero, ¿a quién le manda a ella pelotear a mi hijo y ponerle Peppa Pig?, si lo hubiera dejado tranquilo no habría podido probarme ni cuatro cosas, y ahora ella no tendría que estar colocando de nuevo toda su colección.

Pero es peor cuando te captan para el tema cremas faciales. Las dependientas son encantadoras, te dicen "bueno, a ti no te hace falta una antiarrugas, pero sólo te la sugiero por prevenir" (¿será mentirosa la tía?, si tengo unas patas de gallo que se podría formar un corral); te enseña la crema más cara, que huele fenomenal y encima te hace creer que con ella se van a borrar todas tus arrugas. Porque eso sí, deben de tener los espejos trucados, porque te echan un poco alrededor de los ojos y ¡zas!, ¡qué joven estoy de repente! Entonces piensas que cómo vas a desaprovechar esa oportunidad, que total 80 euros no es dinero si te desaparecen esas arrugas. ¡Noooooooooooooooooooooo!! Ay, a mí una dependienta me ha llegado a decir que la crema que iba a comprar era igual que si me bebía al día 2.000 litros de agua. ¿¿¿¿Cómoooooooooooo????, tuve que disimular para no soltar una carcajada, ¡¡si me bebo esa barbaridad no sería humana, sería una ballena!!



¿Y las que te salen con que, anda, date un capricho, que te lo mereces, que para eso trabajas? Ufffff, esta situación también es real, en el Corte Inglés. Una dependienta me pilló mirando un bolso de 600 euros, que jamás compraría, pero lo miras, te lo cuelgas, te ves en el espejo y te gustas, nada más, luego lo dejas en su sitio. Fue tan pesada que tuve que inventarme que si llego a casa habiéndome gastado 600 euros en un bolso mi marido me la lía.

Pues la tía, como nuevo argumento me dijo "anda, anda, cuántos años llevas casada", "cuatro", le respondí, "claro, es que yo llevo 14. Cuando lleves lo que yo te darás cuenta de que tu marido no tiene por qué enterarse de lo que haces; te lo mereces, date un homenaje". Esa vez sí tuve seguridad en mí misma y, claro, salí de allí sin bolso, ni pendientes ni nada, "prefiero darme el homenaje en la tienda de helados de la esquina".