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martes, 14 de enero de 2014

Fabricando

Que conste que lo de poner una foto de la ecografía de mi fetito me parece una cursilada tremenda, pero perdonadme, no lo puedo evitar. Pensar que voy a vivir otra vez un embarazo, que lo estoy viviendo, ha sido para mí como una auténtica bendición caída del cielo.

Después de la sorpresa y la alegría inicial suelen venir las molestias y la incredulidad al pensar que una vida se esté formando en tu interior. Sonará muy manido, pero me parece un auténtico milagro. Al principio no te crees que algo pueda estar formándose ahí dentro y, hasta que no lo ves en la ecografía, moviéndose y agitando los bracitos, a pesar de medir 6 minúsculos centímetros, no te das cuenta con total certeza de que sí, que eso está ahí, que estás fabricando un ser humano. Por eso he querido poner la foto, porque no me canso de mirarla. No suelo ser cursi, ni sensiblera, pero cuando le vi en la pantallita se me saltaron las lágrimas y sentí un tremendo alivio, "sí, es cierto, estás aquí".



Y es entonces cuando te das cuenta de la realidad y, otra vez, vuelven a aparecer los más grandes temores. Porque lo de tener hijos está muy bien en muchos aspectos, pero con ellos se crea en ti un miedo real que nace, crece, se transforma y nunca, jamás, muere.

Es como el día y la noche, porque estás eufórica, te sientes como tocada por una varita mágica, en un estado de gracia inexplicable y no comparado con nada, pero a su vez tienes miedo, te tocas, te palpas, ¿seguirá ahí? Y cuando ya lo tienes en tus brazos, piensas que ahora le toca a él sobrevivir, que le has lanzado a este mundo tantas veces cruel y que, vaya, esperas con todas tus fuerzas que le vaya genial en la vida, pero quién sabe..., porque tú ni podrás ni deberás estar siempre ahí para ayudarle.

Pero ahora toca esperar, sentir y disfrutar. Ya estás en el mundo, al menos en el mío. Bienvenido.

miércoles, 1 de enero de 2014

Las diez uvas

Raquel contaba las uvas de su copa. Su madre este año había decidido colocarlas de forma elegante, así que, en lugar de los cuencos habituales, las había puesto en copas. Tal vez era porque su hermana Isabel traía por primera vez esta Nochevieja a su novio, y claro, había que impresionarle.
Estaba un poco aburrida, eran las 23:40 y aún faltaban 20 minutos para las 12 campanadas; la cena había terminado y todos hablaban de cosas que a ella ni le interesaban. Estaba absorta en sus pensamientos, jugueteando con el borde del mantel. Entonces sus dos hermanos pequeños empezaron a hacer de las suyas, como siempre, forcejeando, riendo a carcajadas y peleándose al mismo tiempo. El resultado: una copa llena de vino sobre la camisa de Raquel.

- ¡¡Pero qué hacéis!!, ¡¡estaos quietos de una vez!! -gritó Raquel levantándose de golpe de su silla. No sabe cómo, pero su copa de uvas cayó rodando al suelo, con su contenido esparcido por todo el salón.

¡¡Las uvas!! Antes de ocuparse de su camisa empapada de vino, se agachó impaciente al suelo y empezó a recogerlas. Siempre lo negaba, pero en realidad era bastante supersticiosa este día del año y para ella era algo muy serio lo de tomarse las 12 uvas, y a su debido tiempo. Por alguna estúpida razón si no lo hacía pensaba que algo durante ese año iría mal.

Mientras buscaba, aplastó sin querer una uva con su rodilla, "¡¡Ayyy, mierda!!". Estaba indignada, nadie la hacía ni caso, todos seguían hablando y riendo. Por fin recuperó casi todas las uvas; contó, había diez, faltaba la que había aplastado y otra que seguramente habría rodado por debajo del mueble o del sofá, porque no daba con ella.

- Mamá, ¿mamá? -su madre reía y bebía vino sin reparar en Raquel- ¡¡mamá!!
- ¿¿Sí??, perdona cariño, dime.
- Necesito dos uvas más. Estos mocosos son los culpables.
- ¡Ay mi niña! -dijo su madre con una carcajada-, no quedan más, ni una.
- ¿¿¿¿Quééée??? -preguntó Raquel empezando a ponerse nerviosa-. ¡¡Quedan poco más de 10 minutos para las campanadas!! ¿¿¿Qué hago yo ahora???
- Puedes poner dos panchitos -dijo el novio de su hermana, provocando la carcajada de todos.

"Estúpido imbécil", pensó Raquel.

- Bueno, siempre puedes darme las tuyas -le contestó en un alarde de valentía-, al fin y al cabo el que sobra aquí eres tú.
- ¡¡Raquel!! -su hermana se levantó indignada defendiendo a su novio.
- Bueno, bueno, haya paz. Raquel, ve al 2º, donde Margarita, están aquí esta noche. Ellos tendrán de sobra.

¿A casa de la señora Margarita?, ¿ir ahora allí, donde vive Alberto? A Raquel le empezó a latir el corazón muy deprisa. Necesitaba tomarse las 12 uvas, pero no quería bajar a casa de su vecino, aunque tampoco quería pedirle a su madre que lo hiciera por ella, le dirían que con 17 años no se puede tener esa vergüenza y todos se reirían de su timidez.
Sin pensarlo dos veces corrió a su habitación y se cambió de blusa, ya casi había olvidado que la tenía manchada de vino; lo de la mancha de uva en su rodilla podía pasarse por alto, sólo quedaban 7 minutos para las campanadas. Entró a toda prisa en el cuarto de baño y se miró detenidamente, se echó colorete y se peinó mejor, "ayyyyyy, tanta preparación para que seguramente ni sea él el que abra la puerta. Bueno, prefiero que no abra él, o sí..., no, no, mejor no".
Se armó de valor y sin dejar que su mente la detuviera bajó al segundo piso y llamó al timbre. Quedaban sólo 3 minutos para las campanadas. La puerta se abrió. Era él. Ella lo sabía, que abriría él. Cuando la vio alzó las cejas con un gesto de sorpresa, sonrió nervioso.

¡¡¡FELIZ AÑO NUEVO A TODOS!!!


- Ho...hola Raquel.
- Hola buenas noches Alberto, necesito dos uvas -Raquel habló como una metralleta, como si se hubiera aprendido de memoria lo que iba a decir. No quería parecer nerviosa.
- ¿Cómo? -dijo él sonriendo.
- Bueno, puessss... -ella hubiera preferido que él entrara en casa, le diera dos uvas y nada más, porque no se sentía con fuerza para darle la larga explicación de que se le habían caído al suelo, había aplastado una, la otra no la encontraba, ella era supersticiosa y necesitaba comerse las 12 uvas esta noche y en su casa ya no quedaban más, porque sus dos hermanos gemelos habían acabado con todas las que sobraron.

Él seguía mirándola, sin decir nada, y Raquel ya ni sabía cuánto tiempo quedaría para que sonaran las 12 campanadas. Quería salir corriendo, pero no podía moverse de allí. Estaba delante de él, de Alberto, que le gustaba hacía muchísimo tiempo, con el que apenas había intercambiado alguna palabra en el rellano y sí muchos besos en el portal aquella noche del pasado verano, cuando coincidieron en una fiesta y volvieron juntos a casa, sin apenas hablar, con más vergüenza que otra cosa y con unas ganas locas de besarse.
Desde ese día no habían vuelto a hablar; él era muy tímido, ella no tanto, pero nunca se atrevió a decirle nada más, y sólo habían vuelto a verse en el portal o en alguna calle del barrio. Se saludaban tímidamente, bajaban los ojos y sonreían.
Y ahora estaban frente a frente, también sin hablar apenas nada; en teoría él esperaba la explicación de las dos uvas, ella no se la daba, y mientras tanto seguían mirándose como dos idiotas.
De repente empezaron a sonar los cuartos, "¡¡¡Albertoooo, las uvas!!!", le dijo alguien entre el jaleo de dentro. Ambos siguieron sin moverse, mientras escuchaban de fondo las 12 campanadas.
Raquel no recuerda si fue en la campanada 7 o en la 8 cuando Alberto le cogió de la mano, y cuando el silencio de todos engullendo uvas terminó y dio paso a la algarabía siguiente, que se escuchaba en casa de Alberto, en casa de Raquel y en todos lados, él se acercó a ella y le dijo:

- Feliz Año Nuevo Raquel.
- Sí, Feliz Año Nuevo Alberto -ella no podía creer que el no haberse tomado este año las uvas le hubiera dado tanta suerte.
- Eeehhh..., voy..., voy ahora a una de estas fiestas aburridas llenas de gente, en las que quedas con los amigos pero al final no ves a nadie, ¿quieres venir conmigo?
- Ssss...sí claro -acertó a decir ella sin pensarlo ni un segundo.
- Bueno, antes deberíamos tomarnos las 12 uvas, aunque sea con retraso.
- Sí, llevas razón -dijo ella-, pero yo este año prefiero tomarme sólo dos.
- Vale, espera, traeré dos para cada uno.

Alberto entró en su casa mientras ella se balanceaba ligeramente, con una sonrisa de oreja a oreja en la cara y, cuando estaba segura de que nadie la veía, dio un salto de alegría, "¡¡¡Sííííííí!!!!".