Tradúceme

domingo, 25 de agosto de 2013

Qué pasó anoche (IV). El desenlace

Carlos abrió la puerta lentamente; entró despacio y se quedó espantado cuando vio el estado en el que estaba el piso. Lo primero que pensó fue que a Julia la habían atracado un grupo de matones, porque estaba todo por el suelo, los cajones abiertos, el sofá del salón con los cojines levantados, su móvil hecho pedazos en el suelo, las estanterías revueltas.

Pero no..., en seguida supo que había sido ella, porque Carlos pudo escuchar la respiración entrecortada de Julia. Entró lentamente en el despacho y se quedó atónito al ver la habitación, patas arriba y con Julia roja como un tomate, con las lágrimas a punto de salirse de sus ojos, respirando ronca, con el pelo revuelto y con un jamón 5J sujeto con ambas manos.

Pero lo que más le sobresaltó fue ver su sofá, su cofre secreto, su rincón escondido, abierto y mostrando al mundo todo su contenido. "No tengo escapatoria", pensó.

- Julia..., puedo explicártelo. No es mío, no es para mí, es un regalo...
- ¡¡Embustero!! ¡¡Cállate!! ¿Y todo lo demás qué es? ¡¡Hay cosas que ni siquiera sé lo que son!!

Julia levantó los brazos e intentó darle un jamonazo en la cabeza. Carlos lo esquivó como pudo y volvió a repetir "¡¡Julia, puedo explicártelo!! ¡¡Tranquila!!".

Ella volvió sobre sus pasos y empezó a nombrar a gritos todo el festín que estaba dentro del sofá, productos al vacío dentro de una bolsa de El Corte Inglés:

- Morcilla de Burgos... -dijo con la voz entrecortada.
- Julia..., mi amor...
- Chorizo de Almendralejo..., cecina, lomo adobado con ajo morado de Las Pedroñeras..., salchichón ibérico... -Su voz era un hilillo entrecortado.
- Vamos a hablarlo, Julia, no es mío.
- Zarajos... ¿¿¡¡Zarajos!!?? ¿¿Qué coño es eso??
- Pues... -dijo Carlos con el temor en la voz- Son tripas de cordero enrolladas en un palo.
- ¡¡Qué ascooooo!! ¡¡Canalla!! ¿¿Morcón?? -dijo cogiendo un paquete con las puntas de los dedos, como si quemara- ¿¿¡¡Qué es morcón!!??
- Es...,es... chorizo ibérico envasado en tripa gorda.
- ¡¡Aaaarrrgggg!! -gritó Julia espantada y lanzándolo contra la pared como si fuera una rata- ¡¡Eres un depravado!!
- Julia, tranquilízate...
- ¡¡¡Y preparado para cocido!!! ¿¿Cuándo pensabas cocinar un cocido en mi casa?? ¿¿Cuándo?? ¡¡Contesta!!

Carlos comenzó a dar vueltas por la habitación, como un león enjaulado; se llevaba las manos a la cabeza, a la boca, a los ojos, le volvía a picar todo el cuerpo. Tenía que inventar algo...

- Oye Julia, de verdad que es un regalo, ¿no ves que no hay nada abierto?
- Mentiroso, anoche te pillé. Te vi comiendo una hamburguesa.
- Ahhh, era eso a lo que te referías -dijo Carlos con una risilla nerviosa-. No mujer, era una hamburguesa vegetariana.
- Oye, ¿te crees que soy idiota? ¡¡¿Una hamburguesa vegetariana en el McDonalds?!!
- Eeeehh, yo..., no...
- Cállate, te he pillado, ya he visto tu teléfono, las constantes y repetitivas llamadas que tienes, casi a diario, a la hora de comer a Telepizza. ¡¡Cabrón!!
- Julia, las cosas se pueden hablar...
- Sí, sí, habla, ¿acaso siempre me has mentido? ¿Acaso cuando te pedí un compromiso conmigo, con el planeta, cuando te dije que para estar conmigo era indispensable no comer nada que tuviera ojos, que respirara, que tuviera patas, o alas, o pico, o cuernos?  ¿Me mentías cuando me decías que te pirrabas por el brócoli, la soja, el tofu, las algas? ¡¡Dímelo!!
- Todo eso está muy rico pero..., pero...
- ¡¡¿¿Pero qué??!!

Carlos sacó fuerzas de donde creyó que no las tenía; soportar el numerito de Julia con la enorme resaca sobre su cabeza se le estaba antojando insoportable. Hasta ahora sólo había podido decir frases entrecortadas, dudar, mentir..., pero ante la evidencia ya no podía seguir ocultándolo y decidió confesar: "Sí, como carne, ¿y qué pasa?".

- Repítelo -dijo Julia con la rabia en la cara, en la voz, en los ojos...
- No, no voy a repetirlo. Oye mira, yo te quiero, cuando me dijiste que eras vegetariana lo acepté y lo respeto; cuando me pediste que también lo fuera lo intenté, te juro que lo he intentado con todas mis fuerzas y, al ver la ilusión que te hacía que fuera como tú, seguí intentándolo; estuve dos meses sin comer carne.
- ¡¡Dos meses!! ¡¡Si llevamos tres años de relación!! ¿Me has estado engañando durante dos años y diez meses?
- ¡¡Sí, dos meses!! -dijo Carlos envalentonado- A ti te parecerá poco, pero para mí fue una eternidad; comenzaron a darme bajadas de carne en sangre...
- Por Dios Carlos, no digas estupideces.
- Es cierto, me encontraba mal, rara era la noche que no me despertaba sobresaltado, sudoroso por las pesadillas. Una manada de brócolis me perseguía por el desierto y sólo había torres de jamones donde poder refugiarme, ¡¡pero no tenía cuchillo para cortarlos y comer!!

Julia escuchaba atónita, sin poder dar crédito. Carlos, después de haber confesado, ya no podía parar de hablar.

- Otras veces soñaba que iba por la calle y todo el mundo comía un bocata de panceta, pero la peor pesadilla fue recurrente, día tras día: yo estaba dando una de mis conferencias y como micrófono tenía una barra de salchichón ibérico, y yo hablaba y hablaba, pero no podía darle un bocado.

Ahora Julia lloraba en silencio, dando pequeñas convulsiones con su cuerpo.

- Lo pasé fatal, fatal, te lo juro. Hasta que un día me armé de valor, entré en un restaurante y me comí unas judías con chorizo y un chuletón de buey. Me sentí bien, muy bien. Al principio comencé a hacerlo una vez a la semana, pensando que ya lo dejaría, que no quería mentirte, pero cada vez quería más, y más, hasta que no pude negar la evidencia y ya lo hacía normalmente.
- ¿Y el cocido? -preguntó Julia.
-  Bueno..., cuando te vas a casa de tus padres a pasar el fin de semana, suelo hacerme cocido, con morcilla extremeña, pringue y...
- ¡¡Aaayyyyy!!! ¡¡Cállate!!

Julia dio rienda suelta a su llanto; no podía parar, se sentía engañada, defraudada, asqueada.

- Oye Julia, lo podemos hablar, ¿es que esto va a ser el fin? ¿Tan grave es que no puedes aceptarme?
- Sí, sí lo es.
- Venga ya, ¡mírame! ¡Soy de una familia de carniceros! ¿No ves que lo que me pedías era un enorme sacrificio? ¿No valoras al menos el gran esfuerzo que he hecho? No he podido lograrlo, pero lo he intentado, por estar contigo. Venga..., anda..., ahora hazlo por mí, prueba un poco de jamón -le dijo acercándose a ella y rodeándola por la cintura.
- ¡¡¿Quéééé?!! Ni hablar.
- Oye, tú me pediste algo y al menos lo intenté; yo ahora te pido esto, inténtalo tú.
- ¿Pero no te das cuenta? Me pides que renuncie a mis principios y a que coma un animal. Estás loco si piensas que voy a hacerlo. Esto no tiene sentido.
- ¿Es que no te importa de mí nada más que lo que como? ¿No te gusta como soy, lo genial que es nuestra relación?
- Para mí esto es importante, muy importante. No puedo estar con alguien que cualquier día podría comerse a nuestro perro Cuqui.
- ¡¡Julia!!
- Deberías habérmelo dicho cuando pasaron esos dos meses; cuando caíste en las judías con chorizo. Llevábamos poco tiempo, habría sido más fácil dejarlo.
- ¿Me hubieras dejado por esto? -dijo Carlos soltando una carcajada de incredulidad.
- Desde luego.
- ¿Entonces?
- Entonces te perdono, creo que has visto lo mucho que esto significa para mí...
- Sí, Julia, sí, sabía que lo entenderías.
- Claro que lo entiendo, tuviste una tentación y al final recaíste. Te has enredado en una maraña de mentiras que ha terminado. Volvamos a empezar, yo te ayudaré a conseguir que la carne sea sólo un mal recuerdo para ti.

Ahora sí que Carlos soltó una enorme carcajada.

- Bueno, esto es increíble, me dices que me perdonas pero quieres que vuelva a dejar la carne. Estás loca si piensas que voy a hacer eso. Yo te acepto como eres y en mi frigorífico habrá sitio para tus brócolis y tus algas; haz sitio también para mis chorizos y mis preparados de cocido.
- Ni hablar. No voy a permitir restos de cuerpos en mi nevera.
- Pues entonces..., hay ya poco que decirse. Me marcho, ya vendré a recoger mis cosas.
- Así, sin más -dijo Julia con la esperanza de que recapacitara.
- Sí, así sin más. Me pides que sea algo que no soy.
- Carlos...
- Julia..., adiós. Ya volveré a recoger mis cosas cuando no estés.

Carlos salió de la habitación y, poco antes de llegar a la puerta volvió sobre sus pasos, cogió la bolsa de El Corte Inglés con todo su contenido, se puso el jamón 5J bajo el brazo y salió a sus adoradas calles de Madrid.


Dedicado a Marcos y a Pili, por escucharme y guardarme el secreto.

lunes, 12 de agosto de 2013

Salto al agua

No me lo pienso demasiado, me sitúo en el borde de la piscina, me inclino ligeramente, flexiono un poco mis rodillas, levanto los brazos y de un pequeño salto me tiro.

La entrada siempre es limpia, sin demasiado ruido, sin salpicar apenas... y el objetivo, cumplido: salir del exterior y sumergirme dentro y lo más hondo posible en el agua limpia.




Acto seguido buceo, muevo mis brazos acompasadamente y cruzo ni deprisa ni despacio una piscina muy larga y muy profunda. Logro así, con este simple gesto, evadirme de lo que en ese momento rondaba por mi cabeza y no era demasiado agradable. Sólo quería huir de eso, tumbada en la cama, paseando por la calle, sentada en la oficina, conduciendo mi coche, mirando un escaparate... Donde sea, cuando sea, pero si un problema o algo desagradable, incómodo o que me hace sentir mal se cruza por mi mente, mi manera momentánea de evadirme es esta, imaginarme sumergida en una enorme piscina, buceando tranquila, sin nadie alrededor. 

Me parece como si esos malos pensamientos o ese problema se quedaran atrás con las burbujas que salen de mi nariz.

Nunca he imaginado el fin de ese largo buceo, el momento en el que sacas la cabeza a la superficie y has llegado a tu meta. Parece que si sales, todo vuelve a estar ahí. Siempre me veo buceando, la piscina nunca se acaba, las burbujas siguen saliendo y quedándose atrás y yo me siento libre y limpia como un pececillo.

lunes, 5 de agosto de 2013

Más recomendaciones literarias (conmovedores)

He llamado a esta entrada de recomendaciones literarias "Conmovedores", aunque soy consciente de que esto es muy subjetivo y lo que a uno le puede parecer conmovedor, a otro se le puede antojar una lectura más liviana... De todos modos, como siempre, me dejo llevar por mis sensaciones cuando leí estos libros y, lo principal, que me gustaron mucho y que los recomiendo totalmente. Allá voy:

Nuestra Señora de París (Víctor Hugo). Ya recomendé de este mismo autor Los Miserables, y aunque Nuestra Señora de París puede que no me llegara tan hondo, le faltó poco. La historia de la gitana Esmeralda, del jorobado Quasimodo y del archidiácono Frollo en el París del siglo XV conmueve sobre todo por la injusticia que cuenta. Lo debería haber puesto también en mis imprescindibles.

El jardín de cemento (Ian McEwan). En esta ocasión también repito autor, ya que McEwan es el autor de Expiación, un libro intenso y también conmovedor. Pero El jardín de cemento tampoco deja indiferente, por la crudeza de la historia: cuatro hermanos, huérfanos, y un secreto que sorprende escodan con tanta naturalidad. La relación entre los hermanos también es bastante impactante.

Chesil Beach (Ian McEwan). De nuevo McEwan, autor altamente recomendable. A mí esta historia de una pareja, que comienza en su noche de bodas y continúa con saltos en el pasado relatando cómo se conocieron y cómo evolucionó la relación, me enganchó desde el principio. Se lo recomiendo sobre todo a los que estén un poco hastiados del amor ;) Porque este libro va de eso, del desamor y del error de dar un paso tan importante como el matrimonio con alguien que no conoces en absoluto, aunque creas que no era así.

La soledad de los números primos (Paolo Giordano). En realidad no sé si me gustó este libro. Por una parte sí, porque engancha, y por otra parte no tanto, porque me pareció una historia dura y triste. Infancia marcada y, de nuevo, el amor y el desamor.

La ladrona de libros (Markus Zusak). Es una historia preciosa. Cuenta la vida de una niña alemana de 9 años desde que es dada en adopción por su madre hasta que finaliza la guerra.

Últimas tardes con Teresa (Juan Marsé). Ambientada en Barcelona, cuenta la historia de una joven universitaria de clase alta, Teresa, y Manolo, un chico de clase baja, ladrón, y que está enamorado de ella. A mí me entristecía la soledad de ambos, dentro del mundo en el que cada uno vivía.

Las uvas de la ira (John Steinbeck). Está ambientada en Estados Unidos, tras el crack de 1929. Narra la historia de una familia, como tantas otras en la época, que se marcha de su lugar de origen para buscar un trabajo y una vida mejor. La agonía y las penurias llegan a hacerse palpables. A mí me impactó, sobre todo, la escena final.