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lunes, 12 de agosto de 2013

Salto al agua

No me lo pienso demasiado, me sitúo en el borde de la piscina, me inclino ligeramente, flexiono un poco mis rodillas, levanto los brazos y de un pequeño salto me tiro.

La entrada siempre es limpia, sin demasiado ruido, sin salpicar apenas... y el objetivo, cumplido: salir del exterior y sumergirme dentro y lo más hondo posible en el agua limpia.




Acto seguido buceo, muevo mis brazos acompasadamente y cruzo ni deprisa ni despacio una piscina muy larga y muy profunda. Logro así, con este simple gesto, evadirme de lo que en ese momento rondaba por mi cabeza y no era demasiado agradable. Sólo quería huir de eso, tumbada en la cama, paseando por la calle, sentada en la oficina, conduciendo mi coche, mirando un escaparate... Donde sea, cuando sea, pero si un problema o algo desagradable, incómodo o que me hace sentir mal se cruza por mi mente, mi manera momentánea de evadirme es esta, imaginarme sumergida en una enorme piscina, buceando tranquila, sin nadie alrededor. 

Me parece como si esos malos pensamientos o ese problema se quedaran atrás con las burbujas que salen de mi nariz.

Nunca he imaginado el fin de ese largo buceo, el momento en el que sacas la cabeza a la superficie y has llegado a tu meta. Parece que si sales, todo vuelve a estar ahí. Siempre me veo buceando, la piscina nunca se acaba, las burbujas siguen saliendo y quedándose atrás y yo me siento libre y limpia como un pececillo.

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