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martes, 3 de septiembre de 2013

Qué pasó anoche (III)


Julia entró, cerró la puerta y escuchó. Silencio, no se oía nada. Dio una vuelta rápida por el piso y vio que Carlos no estaba. ¿La habría engañado al decirle que estaba en casa? No, en seguida se dio cuenta de que no, su teléfono estaba sobre la mesa del salón. Había salido hacía poco.

Le temblaba todo el cuerpo. De camino hasta aquí no pudo ni pensar, sólo quería encontrárselo de frente, mirarle a la cara y hablar con él. Ahora él no estaba. De repente se le iluminó una idea: “pruebas, tiene que haber pruebas”.  

Se pasó por alto su fe en él, la confianza depositada, el hecho de que su relación se basara en la verdad y en que cada uno, aunque en pequeñas dosis, tuviera su espacio, y no sólo su espacio en cuanto a tiempo con los amigos, tiempo con la familia, tiempo para uno mismo, sino también su espacio físico. Ella jamás le había fisgoneado nada; tal era la confianza que se tenían… Ella no era así, nunca le había mirado el móvil, ni registrado los cajones de su despacho, nada, absolutamente nada. Pero ahora…, decidió saltarse sus principios más nobles y comenzó a invadir el espacio de él sin ningún miramiento y, lo más importante, a toda prisa, porque no sabía si él llegaría en ese mismo instante o dentro de horas.

Comenzó a abrir cajones, registrar calzoncillos, dentro de los calcetines, en la caja de la maquinilla de afeitar, pero no encontró nada, “vale, vale, tranquila, tal vez no estés buscando en el sitio adecuado”, pensó, cuando se dio cuenta de lo ridículo de buscar dentro de un puñado de calcetines, sobre todo porque no sabía ni qué esperaba encontrar.

Se tranquilizó un poco, pero siguió buscando,¡¡el armario!! Lo abrió y metió la mano en todos los bolsillos de pantalones, camisas y chaquetas, y de repente, en una de ellas…, un papel. Lo sacó, lo abrió y le dio un vuelco al corazón.

Un ticket de compra de El Corte Inglés.
Fecha, hace tres días.
Hora, las 12:37

Sus ojos recorrieron a toda velocidad el ticket. La estaba engañando. Ella no había visto en casa ninguna bolsa de El Corte Inglés, ningún paquete, nada… Creyó que iba a llorar, pero la rabia la contuvo. Soltó un grito “¡¡cabrón!!” y entró como un torbellino en el despacho de Carlos, dispuesta a encontrar esa maldita compra. 

Abrió cajones, y nada, miró en estanterías, detrás de los libros…, nada. Reparó en varias facturas de teléfono del móvil de Carlos y de repente recordó las palabras de su hermana, "todas las pruebas están siempre en el móvil". Así que, sintiendo que invadía una fortaleza o que apuñalaba a su novio por la espalda, abrió la carta aún cerrada de la última factura. Leyó deprisa, miró con ansia si algún número se repetía, y efectivamente, ahí estaba, un número, un fijo, de Madrid, siempre el mismo, siempre, siempre, ¿y la hora? Casi la misma en cada llamada, 13:35, 13:02, 13:54, 12:56. Horas en las que él estaba en casa y ella, trabajando. 

Decidió no pensar, simplemente actuar. Corrió al salón a por el móvil de Carlos y con los dedos temblorosos marcó el número fijo que se repetía como el ajo en la factura. Marcó, ahí estaba, memorizado en la pantalla. Escuchó...

Un toque...
Dos toques... 
Tres toques...
Cuatro toques...
Por fin descuelgan. 

Julia creyó que se le subía toda la sangre de golpe a la cabeza cuando escuchó unas palabras y una voz de mujer. Colgó y con un grito desesperado lanzó el móvil contra la pared. Se estampó contra el suelo en unos cuantos pedazos, pero ella ni siquiera reparó en eso, siguió gritando mientras se movía de un lado a otro por la casa "¡maldito hipócrita!, ¡embustero!, ¡mírame a la cara y dímelo!".

Tenía que haber algo más y ya, sin ningún tipo de remordimiento, ni pudor ni sentimiento de culpa por pensar que tal vez se estaba equivocando, rastreó toda la casa como un perro de presa. Miró debajo de la cama, en el doble fondo de los cajones, encima de los armarios, vació estanterías, cajas de ropa sin usar, bolsas con mantas para el invierno... Nada.

Volvió al despacho de Carlos, a seguir rastreando. Cuando reparó en el sofá. Acababa de recordar que levantando el asiento había un hueco enorme para meter cosas. Carlos siempre tenía el sofá atestado de libros y hasta de ropa, probablemente para que Julia no se tomara jamás la molestia de abrirlo y mirar lo que había en su interior. 

Comenzó a liberar el sofá desesperada. Tiró al suelo los libros, los discos, la ropa, su mochila, todo lo que Carlos había puesto allí, probablemente de manera deliberada, para que a ella nunca se le ocurriera abrirlo. Él hacía que pareciera que todo eso estaba ahí encima porque era un poco desordenado, y en realidad lo dejaba allí a conciencia para que ni a nadie ni a ella se le ocurriera abrirlo.

Esta era la teoría de Julia mientras quitaba todos los trastos de encima. Cuando por fin el sofá estuvo libre se detuvo, respiró hondo y sin pensarlo dos veces, con la valentía que le daba la rabia y el desengaño, lo abrió y contempló horrorizada la prueba palpable de sus sospechas.

1 comentario:

  1. Ayyyy, Acabalo ya. No aguanto mas. Que hay en ese sofa??!!
    R.

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