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martes, 29 de octubre de 2013

Factor sorpresa (III)

El local era un lugar más bien tranquilo; había gente sentada en la barra tomando vinos y charlando, y las mesas estaban casi todas llenas, o al menos eso fue lo que le pareció a Raúl cuando entró. A pesar de ser un restaurante grande, con distintas estancias, no había bullicio y la calma reinante le pareció lo opuesto a lo que había imaginado para un encuentro informal, desenfadado que había surgido en un estanco. La espontaneidad del principio se había diluído y lo que él intentó que fuera una cita inesperada se había convertido en una semana de espera que había hecho que Raúl estuviera cada vez más intrigado y más deseoso de volver a ver a Marisa.

La promesa que ella le hizo de llamarle al día siguiente sólo fueron palabras, porque Marisa no le llamó ni al día siguiente, ni al otro ni al otro. Cuatro días después le saltó un mensaje para preguntarle si el próximo jueves le venía bien quedar; él intentó no contestar en seguida, de hecho se pensó si contestar afirmativa o negativamente, pero el factor sorpresa de todo este asunto hizo que contestara un escueto "Sí, dime dónde y a qué hora" casi al instante. Ella tardó en volver a contestarle otro día entero, provocando así la intriga de Raúl, su impaciencia y la sensación de que Marisa jugaba con él. Ante esta perspectiva se sintió excitado y sorprendido; jamás le había ocurrido algo así y estaba decidido a seguir los pasos indicados por ella.

"Cáscaras, Ventura Rodríguez, 7. Jueves a las 21:30, ¿te viene bien", fue el mensaje de Marisa, tras 24 horas de espera, "Sí, fenomenal. Allí estaré", contestó Raúl inmediatamente. Y allí estaba. Al principio la esperó fuera del restaurante, casi nervioso, y cuando llevaba más de 10 minutos plantado en la calle, su móvil sonó y pudo leer "estoy dentro".

Logró localizarla en pocos segundos, a pesar de que Marisa se encontraba en una mesa bastante alejada de la entrada. Estaba sentada, leyendo distraída la carta. Levantó la mirada y le hizo un gesto con la mano, acompañado de una pícara sonrisa.

- Vaya Sonia, ¡hola! ¿Te gusta la intriga?, ¿o hacerme esperar? Me estabas viendo desde aquí y me has tenido en la calle más de 10 minutos.
- No, no -mintió Marisa divertida-, te lo juro, no te he visto fuera.
- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
- Aaahh, bueno, un rato; me gusta este sitio y vengo a menudo -dijo sin ni siquera levantarse para saludarle.

Raúl se sentó frente a ella y pudo sentir el cosquilleo de la novedad y la excitación de la intriga, sobre todo porque, aparte del misterio que ella, tal vez sin darse cuenta, estaba dando al asunto, estaba guapísima, con el pelo suelto, largo, moreno y rizado, maquillada ligeramente, labios rojos seductores y un generoso escote. "Vaya", pensó Raúl, "si sólo hubiera quedado conmigo para charlar sobre la subida del precio del tabaco no habría venido tan espectacular". Se sentía optimista y ahora más que nunca se alegraba de haber aceptado esta invitación.

Después de pedir la cena, comenzaron a hablar animadamente. Marisa se sentía confiada; se había arreglado más de lo normal, y probablemente más de lo debido, porque necesitaba que Raúl picara el anzuelo. Se encontraba chisposa, atractiva y, desde luego, gustada. Raúl le contó que no era de Madrid, pero que llevaba viviendo allí 15 años, que trabajaba como representante de colchones y que le gustaba viajar.

Ella por su parte mintió todo lo que pudo; no quiso contar nada de su pasado, fundamentalmente todo lo referente a que había trabajado durante unos cuantos veranos en una terraza de la Castellana, donde, precisamente, se habían conocido hace cinco años. En realidad no contó demasiado de sí misma, se limitó a dar breves retazos y se inventó que no era de Madrid, sino de Segovia. Nimiedades sin importancia, pero que le estaban divirtiendo muchísimo; de repente se sintió otra persona, otra mujer, estaba interpretando un papel y llegó un punto de la conversación en la que inventó ridiculeces tales como "he tenido un puesto de bisutería en el paseo marítimo de San Juan".

Raúl lo creía todo a pies juntillas y la miraba divertido y, desde luego, muy interesado, o eso parecía. "Este sólo me quiere llevar a la cama", era el pensamiento constante de Marisa cada vez que veía la sonrisa de Raúl en los ojos.

- Reconozco que me había llevado una impresión errónea de ti -dijo Raúl divertido-, pensaba que eras una antipática engreída.
- ¿Quéeeee? -dijo Marisa con cara de sorpresa- ¿Por qué? Si soy majísima, y las dos botellas de vino que llevamos hacen que lo sea aún más.
- Bueno..., no sé, todo esto me ha parecido muy misterioso, tus mensajes, los días de espera...
- ¿Pero no te gustaban las sorpresas? Te aseguro que no lo pretendo, pero veo que es lo que estoy consiguiendo.
- Sí, lo estás consiguiendo, y lo que estoy descubriendo hasta ahora me encanta; me alegro de haber venido.
- ¿Sigues pensando que me conoces? -Marisa pensó al instante que se había equivocado lanzando esta pregunta, pero por alguna extraña razón necesitaba estar totalmente segura de que él había olvidado que en el pasado se habían visto.
- Bueno..., pues no sé, puede, pero reconozco que ya me da igual. Eres tan guapa y me lo estoy pasando tan bien que me importa un rábano si tu cara me suena o no; lo realmente bueno es que estamos aquí ahora, los dos, y punto.
- Ha sido todo muy extraño, esta es una situación nueva para mí. No vayas a creer que me voy a cenar con todos los clientes que vienen al estanco.
- Seguro que la mayoría te lo pide.
- Jajaja, gracias por el halago, pero no es así.
- Pues no lo entiendo..., en cualquier caso, me alegro de ser el afortunado. Espero, desde luego, que esto no acabe aquí.

"Picó", pensó Marisa. Se puso nerviosa.

- No si tú quieres -dijo ella en el tono más sugerente que pudo. Se sentía ridículamente falsa.
- Pues claro que quiero -contestó él clavándole la mirada y atreviéndose a rozarle ligeramente la punta de los dedos.

Marisa se quedó petrificada y se le heló la sonrisa, pero intentó disimularlo. "Vamos, no seas cobarde, ¿no es aquí a donde querías llegar? Ya le tienes en el bote, no te eches atrás ahora". Su mente pensaba muy deprisa y empezó a agobiarse. Retiró ligeramente su mano.

- Bueno, ¿pedimos los postres o vamos a seguir bebiéndonos todo el vino de la bodega? -acertó a decir.
- Sí, sí, claro, los postres. Venga, ¿qué te gusta?
- El chocolate, por supuesto.
- De acuerdo ve pidiendo algo para los dos, si no te importa, que voy un momento al baño.

Raúl se levantó y buscó la puerta de los servicios. Marisa se quedó sola y vio el cielo abierto. Haría cambio de planes. La visita de Raúl al baño cuando la cena ya estaba casi terminada y cuando ya estaba claro que había picado el anzuelo hacía que ahora ella no considerara necesario recurrir a su "plan A": compinchada con uno de los camareros, éste avisaría de una llamada falsa a Raúl para que desapareciera del salón. Ya no haría falta ese recurso que, además, tal vez no hubiera salido bien. Así que sin pensarlo ni un minuto cogió sus cosas y se marchó del restaurante.

Pasados pocos minutos él salió del servicio; el mareo provocado por el vino hizo que se desorientara ligeramente cuando buscaba su mesa, pero al poco rato pudo comprobar que no, que su mesa estaba en su sitio y, lo peor, que estaba vacía. Primero pensó que Marisa habría ido también al baño, pero en seguida se dio cuenta de que su bolso no estaba y que junto a la cuenta sin pagar que estaba sobre la mesa había una nota:

"¿No te gustan las sorpresas? Sal fuera y sígueme. Te espero.
 Sonia."

9 comentarios:

  1. ¡¡ja ja ja!! Se está poniendo muy interesante...
    espero con curiosidad la siguiente entrada!!
    Gracias!!

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    1. ¡¡Muchas gracias Amaia!! La cosa está muy caliente, jajaja.

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  2. ¿Hay que esperar una semana? Pues muy mal!

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  3. Jo que intrigada me tienes

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  4. Cuanto queda, que habrá hecho Raúl para que Marisa quiera vengarse.

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  5. Muy bueno Susa, me tienes intrigadisimo.

    R.

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  6. Es brutaaaal,encima lo narras estupendamente,parece q estamos allí en el restaurants,m está encantando!

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  7. ¡¡¡MUCHAS GRACIAS A TODOOOOOOOOOOOOOSSSS!!!

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