Y que nadie piense que me persiguen en sueños o
que la tipa que me llamó “sinvergüenza” a gritos está en mis pensamientos; nada
más lejos de la realidad. Simplemente ahora, con esto del blog, mi máquina de
recuerdos se ha vuelto muy activa y le da por rememorar situaciones muy buenas
y algunas no tantas. Y como además da la casualidad de que aún tengo una foto
de la tiparraca esta y el evento en el que nos encontramos, pues la pongo, por
si me está leyendo (que lo dudo), para que sepa que no son formas y que solo
espero que el destino le haya deparado algún mini-castigo acorde al mal rato
que me hizo pasar.
El primer bochorno fue, igual que el segundo, por
cosa de trabajo. La típica tarde en la que tienes miles de frentes abiertos y
que a todos llegas con la lengua fuera y mirando el reloj pensando en el
siguiente. Salgo de uno y voy hacia el otro: una competición de baloncesto en
un pabellón. Voy a toda velocidad en el coche porque ya me había llamado el
concejal para decirme que estaban todos esperándome para hacer la foto de
grupo.
Y cuando llego…, ¡sorpresa!, no hay sitio para
aparcar, pero nada de nada. Agobiadísima di una vuelta, dos, tres…, hasta que
uno de los chicos del pabellón que estaba fuera me dijo “aparca en doble fila,
si todos los coches que hay aquí son de gente que está dentro”. Así que eso
hice, pensando en que además iba a tardar poco. Cuando terminé mi trabajo, cosa
de media hora, salí escopetada y comprobé que, mala suerte la mía, justo el
coche que había taponado era de una pareja mayor que no estaba dentro del
pabellón.
En fin, os podéis imaginar la que me cayó. Yo
agaché la cabeza y asumí mi culpa, les dije que lo sentía mucho, que me
disculparan…, pero ellos (sobre todo él) no aceptaban mis disculpas y a voces
me decían lo rematadísimamente mal que lo había hecho. Lo que más me molestó
fue las voces que daban, que todo el mundo miraba y que, aunque pedía perdón,
de nada servía.
Así que en lugar de largarme rauda y veloz, me
entró una terrible nube negra y me enfrenté a él, diciéndole que ya le había
pedido perdón, que no podía hacer más, que si tanta prisa tenía no entendía cómo
ahora se entretenía de lo lindo arremetiendo contra mí.
Al final me subí al coche impotente y sólo
recuerdo mi imagen conduciendo por la carretera y llorando a moco tendido por
el sofoco tan grande que tenía sobre mi cuerpo. Ahora intento comprender o no
poner mala cara si alguien me tapona el coche por alguna urgencia.
Y el segundo bochorno, el de la tipa, fue un
domingo por la mañana, también por trabajo, en una competición de atletismo. Yo
iba a hacer fotos. No me considero ninguna fotógrafa suicida ni que le guste el
peligro, ni poner en peligro a nadie, y creo que en esa ocasión no lo hice.
Simplemente, en una carrera, cuando dieron el
pistoletazo de salida, a una distancia prudente, me salí de donde estaba el público
e hice una foto de los chicos saliendo. Acto seguido volví a meterme y punto
concluido. Yo he visto fotógrafos que se ponen casi en el medio y vuelven
corriendo al lugar donde no estorban, pero yo no hice eso, en ningún momento me
dio la impresión de peligro, ni de que ninguno de los corredores pudiera
tropezarse conmigo; me aparté y a los segundos pasaron.
Tiparraca con gafas al fondo llamándome "sinvergüenza". |
Pues cuando esto sucedió escuché a mis espaldas a
gritos “¡sinvergüenza!, ¡eres una sinvergüenza!”, y para mi sorpresa, me doy la
vuelta y una pareja de barriobajeros me decía “sí, sí, te decimos a ti, nuestro
hijo podía haberse caído por tu culpa”, todo esto a voces y con muy malas
formas.
¿Sinvergüenza? Yo no creo que se diera ninguna situación
de peligro, en cualquier caso, si tú lo
piensas, llámame imprudente, pero ¿sinvergüenza?, ¿por qué? Me quedé sin
palabras. Es increíble lo mucho que se te ocurre cuando ya ha pasado la situación,
cuando ya no tienes a esa persona delante; pero en el momento…, no supe qué
decir.
Como en la anterior ocasión musité un perdón, que
no creía que hubiera hecho nada peligroso pero que si así lo consideraba ella,
que me perdonara. Pues no, la tía seguía con el “sinvergüenza” en la boca, que
parecía que había aprendido ese día la palabra. Y que si me iban a denunciar o
algo así, creo recordar.
Fue muy desagradable, porque cuando se dieron
media vuelta yo volví sobre mis pasos a hablar con ella, a explicarle mi
trabajo (se pensaría que yo era una mera aficionada), pero no me dejó hablar,
siguió insultándome, gritando y toda la gente mirándonos. Me sentí muy mal, muy
mal, y solo tenía ganas de molerla a tortazos. Mi marido dice que debería haber
empezado a hacerle fotos, en plan guasa; pero yo no tenía el cuerpo para jotas.
Lo pasé fatal y tenía un tembleque en todo el
cuerpo que no sabía ni qué hacer. Se supone que tenía que seguir haciendo
fotos, pero no lo hice, cogí el coche y me fui a mi casa. Sólo quería irme con
mi marido y con mi hijo, a sentirme querida, a sentirme en mi hogar, protegida
de esa fiera maleducada.
Cuando llegué me puse a llorar como una magdalena
y reconozco que estuve unos días muy escocida, rabiosa pensando en miles de venganzas. Afortunadamente esas sensaciones pasaron y ojalá no se
repitan. Ante todo, educación, buenas formas, pero por desgracia hay gente
que no sabe ni que existen. En realidad el que me dio pena fue el hijo de esa
señora, debe de ser horrible convivir con algo así.
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