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martes, 25 de junio de 2013

Vidal

Vidal es mi hijo. Tiene casi tres años y la capacidad de sorprenderme cada día, de arrancarme una sonrisa o hacerme sentir querida, necesitada e imprescindible. No sé si esto siempre es bueno, pero es lo que siento ahora, mezclado con el montón de experiencias que he vivido no desde que nació, sino desde que supe que ya existía en algún lugar de mi interior. Tocarle, abrazarle, acariciarle ha sido para mí todo un descubrimiento que no puedo comparar con nada.

Cuando pensé en escribir este post decidí hacerlo para que él lo lea cuando sea mayor y pueda entender muchas más cosas que ahora; pero creo, ahora mismo, que voy a escribirlo solo por mí, porque me apetece y porque a cada toque de tecla me recorre una sensación extraña que va desde mi estómago hasta mis ojos, de emoción y de agradecimiento porque la vida me haya permitido vivir esta experiencia y tener a alguien como él, que ahora, cada día, me repite constantemente “mamá, te quiero muuuuuuuuuuuucho”.

Podría decir muchas frases mil veces repetidas de “es lo mejor que me ha pasado en la vida” y cosas por el estilo, pero prefiero no decirlas, porque Vidal me ha hecho sentir cosas magníficas, pero también cosas no tan buenas; algunas las sabía de oídas, otras ni las imaginaba. Desde que supe de su existencia sé con una certeza casi física lo que es tener miedo, sé también lo que es sacarte de tus casillas, llorar de impotencia, tener sentimientos de culpabilidad cuando no estás con él, necesitar estar sola, contar hasta 100 o hasta 1.000 o perder la paciencia en un segundo; o ver en televisión, o en un periódico, o que simplemente te cuenten el sufrimiento de un niño y sentirte triste porque te imaginas que podría ser tu hijo y porque te lo llevarías a casa en ese mismo instante y le abrazarías susurrándole palabras de cariño durante horas y horas.



Cambia tu manera de pensar, para bien o para mal, tu manera de sentir y hasta tu percepción de la muerte, de tu propia muerte. Antes le tenía miedo, ahora sólo pienso que, si falto, mi hijo no va a tener a su madre. Me descubro a mí misma pensando en él, en su pequeñez y su inocencia, y no en mí. Es tremendo, hasta que no vives esto no te desprendes completamente del egoísmo de pensar casi únicamente en ti mismo. 

Pero Vidal también me ha enseñado a valorar mucho más cosas que antes tenía al alcance de la mano siempre que quería. Ahora valoro más a mis amigas, mis encuentros con ellas y esas charlas interminables entre nosotras. Me saben a gloria, porque no las tengo con mucha frecuencia y, cuando suceden, las exprimo hasta la última gota. Valoro mucho más mis ratos en soledad, ratos elegidos, para pensar, para pasear o simplemente para no hacer nada. Y valoro los ratos con mi marido a solas, pero a solas de verdad, tomando una caña, una copa o cenando en cualquier parte. De estos tenemos pocos, pero también me encantan, hacen falta y son hasta saludables para todos.

Sé que él ha cambiado mi vida y yo quisiera ser, en la suya, simplemente su madre. Alguien a quien agarrarse cuando lo necesite, alguien que le enseñe a sonreír, a disfrutar y también a saber qué es la vida. En realidad yo creo que no sé mucho de ella, pero intentaré enseñarle lo que pueda, hasta que él sepa volar solo. Ahora, cuando le veo dormir, me parece como si fuera una cajita llena de sorpresas, de emociones, de experiencias esperando impacientes a salir. Por eso, seguramente, cada mañana se levanta con unas enormes energías que nos ponen las pilas a todos ¡¡¡¡Depieta mamáaaaaaaaaaaaaaaa, depieta papáaaaaaaaaaaaa, que ya es de díaaaaaaaaaaaaaaa!!!


9 comentarios:

  1. Los hijos nos hacen mejores!! Mi hija de 4 años siempre me comenta: mamá los pequeños estamos para enseñar a los mayores... y ¡cuánta razón tiene!! Un post muy dulce!!

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  2. Desde luego, tu hija tiene muchísima razón. Los hijos nos enseñan cosas que, o no sabíamos, o no valorábamos.
    Muchas gracias por tu comentario, me ha encantado.

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  3. Estoy de acuerdo con vosotras,ellos nos hacen aprender,yo tb tengo 2 y cada día aprendes y te sorprenden con algo nuevo y anecdótico!Es un post precioso,me ha encantado,y lo de tener ratos para una misma,es cierto,cierto que ahora se valoran el triple que antes.......un saludo.

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    1. Sí, hay miles de cosas nuevas que aprendes con ellos, además del "factor sorpresa", que no he puesto en el post: cuando estás en casa y estás en otra habitación distinta; vas a buscarle y ha hecho algo inesperado, como ponerse a fregar el suelo, dejando todo encharcado, o vaciar los cajones o echar un tarro lleno de maíz en el plato de pollo frito, jajajaja. ¡Sorpresas cada día!
      ¡Gracias por tu comentario!

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  4. Es precioso todo lo que dices, y tan de verdad que emocionas a un no-padre como yo.
    R.

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    1. Gracias R. Bueno, tú eres un no-padre muy especial, porque tienes una mano para los niños y un tacto con ellos que nadie diría que no lo eres.
      Tus no-hijos se pierden a un gran padre.
      ¡Gracias!

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    2. Gracias Susa, que maja eres. Muak. R.

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  5. Hola Susana, acabo de descubrir tu blog, me has emocionado, hablas de cuestiones que habitualmente no se comentan y que se sienten cuando tienes hijos, el miedo inherente a la maternidad/paternidad, cómo ponen a prueba nuestra paciencia, el contactar de nuevo con nuestro yo que aparcamos mientras son bebés y empiezan a ser más autónomos, ... lógicamente cada persona vivimos lo que nos pasa de una manera diferente, pero sin lugar a dudas los niños nos cambian la vida y la forma de ver la vida, desde que los concebimos condicionan nuestra existencia, tanto que asusta!

    Un beso Susana y enhorabuena por mostrarte de esta manera.

    Lola (UCA...)

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    1. Gracias Lola; lo que dices es muy cierto y cada uno vivimos las cosas de una manera; lo que está claro es que te cambia todo.
      Un beso.

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