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jueves, 14 de febrero de 2013

Puertas de pareja

Las discusiones de pareja son todo un mundo. A mí me provocan un desconcierto terrible y más teniendo en cuenta que por la nimiedad más absoluta puede desatarse una pelea de lo más acalorada y, lo peor de todo, interminable. Porque eso sí, nadie se apea del burro.
El otro día tuve una discusión con mi marido porque yo me dejo la puerta del microondas abierta y él se deja la del armario. Aquello comenzó como un simple comentario de ambos y acabó con las más enrevesadas teorías de por qué la puerta de un microondas debe estar cerrada; evidentemente, su error del armario no era tan acusado, según él.
Y es que, reconozcámoslo, en una discusión de pareja, sobre todo de pareja, dar la razón al otro es admitir la derrota, sentirte cómo te sometes al otro e imaginártelo subiendo al podio, con una sonrisa maligna y su medalla colgada al cuello.
Cuando estás bien, viviendo tu día a día, tan contenta con tu vida..., de repente, por cualquier comentario tipo "por favor, te he repetido cientos de veces que pongas la tapa del microondas", "oye, ¿por qué no has metido la botella de agua en el frigorífico?" o "¿dónde están la carta del banco que recibí ayer?", comienza una conversación, que se lía, se lía todavía más y acabas discutiendo, y piensas "¿pero esto qué es????, ¿cómo ha sucedido?, ¡¡si yo estaba tan tranquila y tan feliz!!!"
Lo mejor que puede pasar en esos casos es que la cosa quede en una nube momentánea y se pase al instante; y lo peor, que ambos acabemos gruñendo por lo bajini, echando humo por las orejas y pensando "que te crees tú eso".
Todas estas discusiones suelen tener su punto de humor, lo mejor es que no van más allá y luego las recuerdas como una mera anécdota, seguramente que bastante divertida.
Ahora que caigo, acabo de escribir sobre discusiones en el Día de San Valentín. Bueno, excusa suficiente para que, si estáis enfadados, os reconcilieis, abraceis y subais los dos al podio.

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