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viernes, 7 de noviembre de 2014

La escapada

Acaba de dejar de llover, las calles están mojadas, frías, se siente la humedad, sale humillo de la boca cuando hablas, cuando respiras... Y bueno, a Julia le sale también porque va fumando, y va sola, andando por ahí, deambulando..., porque lleva todo el día estudiando las malditas oposiciones y haciendo meditación. Hoy va de negro, como siempre, y sólo tiene la intención de dar un paseo solitario.

De repente, en una callejuela estrecha ve la figura de un tío que se agacha a recoger algo del suelo. Mira, observa..., y se da cuenta de que es Miguel, que está cogiendo el billete de 20 euros que se le ha caído del bolsillo en una demostración más de su despiste.

Julia anda hacia Miguel. Miguel no escucha, pero sí siente el retumbar de una botas negras y poderosas. Miguel se da la vuelta y ve la estilizada silueta de Julia enfundada en su chupa negra de cuero. Se saludan, se dan dos besos, se preguntan qué tal, sonríen..., y Julia no puede evitar echarse atrás despavorida, asustada, cuando escucha que a Miguel, en algún lugar recóndito de su mochila, le suena un móvil. Miguel se pone rojo como un tomate y se justifica, dice que olvidó apagarlo la semana pasada y, bueno, se ve que ha estado encendido todo este tiempo. Sigue hablando, sigue justificándose, y el móvil sigue sonando. "¿No lo coges?", susurra Julia levantando la ceja y echando un fino hilo de humo por su boca...

Se pone nervioso, no contesta. Julia sigue mirando, fumando y ahora, sonriendo divertida. El teléfono ya no suena, "no sería importante", logra decir él.

- ¿Te apetece tomar una copa? -Julia siempre ha sido decidida y, además, sabe que a Miguel le gusta el vodka con limón.
- El Silvery aún no ha cerrado.

Sin decir nada ambos andan hacia el garito. Van en silencio. Julia enciende otro cigarrillo y se pone a recordar la última vez que había recorrido el mismo camino con Miguel; no hacía demasiado, tal vez ocho, nueve meses. Era muy mala para las fechas y siempre había pensado que es mejor ni recordar el pasado ni empeñarse en rememorar nada, lo consideraba una falta total de tiempo y, a pesar de que había tenido una especie de relación con Miguel, prefería ni saber cuándo fue la última vez que se vieron para romper.

Entraron al Silvery; estaba muy oscuro y al fondo de la sala Rodolfo, como siempre, tocaba el saxofón. Julia tuvo la sensación de que no había pasado el tiempo, el local estaba exactamente igual que la última vez que entró, hace ya muchos meses, y hasta le pareció que Rodolfo tocaba la misma pieza, siempre la misma, y las mismas personas silenciosas escuchando. Sintió un pequeño escalofrío, empezaba a arrepentirse de haber entrado.

Miguel pidió un vodka con limón y Julia un Manhattan.

- ¿Por qué me dejaste? -preguntó él. Era lo primero que se decían desde hacía un buen rato.
- No sé -contestó Julia-, supongo que me quería centrar en mis oposiciones y todo eso, ya sabes, fuera entretenimiento, nada de distracciones.
- ¿Tú funcionaria?, no suelto una carcajada porque sabes que no soy muy de reírme.
- Pues sí, yo funcionaria, ¿qué pasa?
- Nada, que te vas a aburrir.
- Bueno, no más que ahora en la floristería, y además podré ir vestida como quiera, no de colores ridículos.
- ¿Te apetece que vayamos a mi casa?, ahora vivo solo, Raúl se marchó el mes pasado.
- ¿Cansado de ti, tal vez, de tus manías persecutorias?
- Mmmmm, puessss, no sé, no le pregunté, se marchó y punto. Puedo permitirme pagar solo el alquiler.
- ¿Has robado un banco?
- He cambiado de trabajo, ahora estoy en la ventanilla de uno.
- Jajajajajaajajaja -la carcajada de Julia resultó de lo más hiriente-, ¿y te sorprende que yo quiera ser funcionaria?, verte a ti trajeado en un banco me suena como a ver a un perroflauta en misa. ¿Y cómo haces cuando suena el teléfono de la oficina?, porque tendréis teléfono, ¿no?, ¿te tapas los oídos y dices habla chucho que no te escucho o se te hinchan hasta las orejas?
- Oye ya basta, es un trabajo que me da dinero y punto.
- Vale, vale, perdona, es que no me esperaba esta noticia.
- Sí bueno, supongo que ninguno de los dos está yendo por el camino que más le hubiera gustado.
- No, desde luego que no.
- Bueno, ¿entonces vienes a casa?
- No lo sé, ¿para qué?
- Pues ya veremos, podríamos pasar un buen rato, por los viejos tiempos.
- Si es por los viejos tiempos creo que no, dime otro motivo y lo pensaré.
- Pues digamos que puede ser una pequeña celebración por habernos encontrado.
- ¿Crees que habría que celebrarlo? -preguntó Julia.
- Si acabamos en la cama sí, ya lo creo.
- Muy gracioso.

Hubo un silencio incómodo entre ambos. Se llevaron sus vasos a la boca y al final ella dijo:

- De acuerdo, vamos, pero prométeme que no tendré que descalzarme al entrar ni apagar mi móvil.
- ¿Por qué?, ¿esperas alguna llamada a las 3 de la mañana?
- Puesssss, no, pero por si acaso.
- De acuerdo.

Salieron a la calle. De nuevo iban en silencio, aunque esta vez sus pasos eran más rápidos, parecían ansiosos por llegar pero contenidos por que no se les notara la impaciencia.

Y volvió a sonar el teléfono en el fondo de la mochila de Miguel. No hizo caso, como antes, pero esta vez la llamada parecía insistente, porque sonaba una y otra vez, y de nuevo una y otra vez. Julia se paró en seco.

- Oye ya está bien, ¿no ves que alguien te está llamando, que alguien quiere localizarte? Puedes llegar a ser muy ridículo, cógelo y punto; tal vez es algún familiar, tu madre, tu hermana..., ¿va a ser muy horrible para ti ser como el resto del universo que coge un teléfono cuando suena?

Miguel no dijo nada, cogió su mochila y empezó a rebuscar hasta dar con el teléfono. Pero cuando lo tenía en la mano ya había dejado de sonar. Miró la pantalla.

- Tengo 16 llamadas perdidas. Ha debido de sonar mientras estábamos en el Silvery.
- ¿Quién es?
- No lo sé, no tengo ningún número grabado en la agenda.
- ¿No tienes los teléfonos de tus padres, de tu hermana, de algún amigo o incluso del mío?
- No.
- Dios, estás loco de atar.
- Habló la señorita voy todo de negro pero mis bragas siempre tienen que ser moradas.
- Eso no es nada raro.
- Es una extravagancia.
- Ay cállate, me aburres.

El teléfono volvió a sonar y a Miguel se le calló de las manos del susto.

- Maldita sea, trae, ya lo cojo yo -dijo Julia agachándose al suelo-. ¿Sí dígame? No, soy una amiga, él ahora mismo no puede ponerse, sí, sí..., ¿¿¿¿cómo????

Julia parecía asustada pero, ni aun con esas, Miguel se inmutó lo más mínimo. Cuando ella colgó le miró y dijo:

- Creo que el polvo vamos a tener que dejarlo para otro día, tu piso se ha incendiado.
- ¿Y el perro?
- ¿Qué perro?, ¿tienes un perro?
- Sí, desde hace 15 días.
- Vaya, vaya, va a resultar que tienes un corazoncito ahí dentro.
- Me lo encontré en la calle.
- Bueno, pues no me han dicho nada de ningún perro, pero lo mejor será que vayas, porque al parecer está todo más que chamuscado, ¿quieres que te acompañe?
- No voy a ir.
- ¿Cómo?, ¿por qué?
- Porque no quiero ver mi colección de discos, ni mis libros, ni mis cómics quemados.
- No, si no los vas a ver, al parecer está todo echado a perder.
- Pues por eso.
- ¿Y entonces qué piensas hacer?
- ¿Puedo irme contigo?
- Ni hablar, sabes que vivo con mis padres. Si me presento en casa a las 3 de la mañana contigo mi madre se lleva el sofocón del siglo y a mi padre le da el tercer infarto, y no queremos eso, ¿verdad?

Julia se compadeció de Miguel. Estaba ahí parado, con los hombros caídos, serio y ojeroso. Su aspecto era patético, lamentable. Era un ser insociable, más aún que ella, y ahora se entera de que las cosas materiales que atesoraba en su casa desde hace más de 15 años se habían echado a perder, por no hablar del perro, del que prefería no saber.

- Vente conmigo -dijo Miguel con la cara iluminada de repente.
- ¿A dónde?, déjame, paso de tus pajas mentales.
- A otro lugar, a otra ciudad, a empezar de cero. Yo he perdido todo, porque lo que había en mi piso es todo lo que tengo, pero afortunadamente mi dinero está en el banco, por muy raro que te parezca en un ser extraño como yo. Mi familia está lejos, nada me ata a esta ciudad.  Está decidido, me largo; me voy a la estación y cojo el primer tren que salga.
- Yo aquí sí tengo gente -dijo Julia, que por un momento se había dejado llevar por la emoción de empezar otra vez o, más bien, de terminar con esa vida tediosa que llevaba.
- Vámonos a Madrid.
- Madridddddd... -Julia cerró los ojos y dio una chupada a su cigarrillo. Le encantaba Madrid, y soñar con irse allí le pareció el colmo de la dicha.
- Te prometo que aparcaré mis manías, al menos por un tiempo.
- Vaya, menudo consuelo -dijo Julia impacientándose-, bueno, ¿qué hacemos?
- Ya dudas, lo que significa que te vienes.
- Tendría que recoger algunas cosas de casa. ¡Ay, qué estoy diciendo!
- No hay nada que recoger, fuera ropa negra, fuera bragas moradas, fuera todo.
- Sí claro, para ti es fácil, lo tienes todo chamuscado.

Miguel la miró y le dijo con toda la solemnidad de la que fue capaz:

- Mira Julia, me encantaría que vinieras conmigo; creo que te quiero, a mi manera, pero te quiero. No puedo prometerte nada, ni amor eterno ni nada de eso, pero sí empezar de nuevo. Si esto funciona, entonces estupendo, si no, todos tan amigos, pero estaremos al menos en otro lugar, dejando atrás este hastío. Yo estoy harto de todo y, en cierto modo, me alegro horrores del incendio. Me voy, haz lo que quieras, pero yo me largo.

Julia se quedó impresionada por esta declaración de pseudoamor; era mucho viniendo de Miguel. Ella no sabía si le quería, pero de lo que estaba segura era de que también quería largarse.

- De acuerdo, me voy contigo. Yo también tengo mis ahorros en el banco, pocos, pero los tengo. Supongo que suficientes para empezar algo; y ya veremos cómo continuar. Yo tampoco te puedo prometer nada, pero te reconozco que me alucina largarme contigo, ni en millones de años hubiera imaginado esto. ¡¡Si yo sólo he salido a dar una vuelta después de un día encerrada estudiando!!
- Venga, ¡¡cállate ya y vámonos!!

Corrieron por las calles mojadas riendo nerviosos.

- ¡¡Espera!! -dijo ella-, no llevo el cargador del móvil.
- En Madrid habrá miles -dijo Miguel tirando de ella.

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