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lunes, 6 de mayo de 2013

¡¡Vivan las madres!!

Ya he escrito unas cuantas veces en este blog como madre, pues ahora voy a escribir como hija, para celebrar, con un poco de retraso, el Día de la Madre.
Ay, qué se puede decir de una madre; reconozco que desde que lo soy valoro mucho más a la mía, me doy cuenta de la entrega que supone serlo, de las renuncias y los sacrificios que se van haciendo por el camino. Son cosas evidentes, que están ahí, pero que tal vez hasta que nosotros no nos convertimos en padres o madres, o no maduramos un poco, no vemos; es que ni reparamos en ello.
Las madres siempre están ahí, siempre escuchan, siempre perdonan, siempre ven de nosotros lo positivo y, por supuesto, siempre se apartan la última en su plato.
Irradian ternura, suavidad, entrega. A todos nos ha arropado en la cama nuestra madre cuando hemos sido pequeños (y no tan pequeños), y nos ha susurrado al oído palabras bonitas de buenas noches, o de simple cariño cuando hemos estado malos. Su mano posada en tu frente, para comprobar si tenías fiebre, era como el bote salvavidas o el seguro al que agarrarte.
Si tu madre sonríe, parece que todo va a ir bien, y si te pasa algo, al instante lo nota, te pregunta, indaga..., a veces parece un poco detective.
Yo me quedo con una cosa que me dijo mi madre cuando era más pequeña. Tuve una época en que no lograba dormir, me levantaba y siempre me encontraba a mi madre, sola en el salón, con la luz de la pequeña lámpara y leyendo un libro, descansando del día, cuando todo está en silencio y queda ese rato para ella sola. Me decía: "Si no puedes dormir, cierra los ojos y piensa en algo agradable, verás como lo consigues".
Ahora, pasados muchos años, me acuerdo siempre de eso, cuando me meto en la cama y cierro los ojos.

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