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lunes, 20 de mayo de 2013

Piel y líquido


Mi temperatura corporal depende de tus manos y de la intención en tu mirada. Sé que los principios tienen esto, que estás a merced total y absoluta no de un sentimiento, sino de una sensación física tremenda y muy poderosa. Pero aun así, a sabiendas de lo que me espera, decido dar el salto y mirar a la cara a esto que hemos comenzado, que no deja de pellizcarme cada rincón de mi cuerpo hasta que duele, escuece y da placer.

Anoche, cuando tumbada en la cama sentí tus dedos cosquillear por mi espalda me dio la sensación de que mi cuerpo se convertía en agua; era un líquido claro, transparente y que podía envolverte sin dejar ni un resquicio de tu anatomía sin abrazar. Qué sensación tan intensa y calurosa, a pesar de ser yo todo líquido y sentir escalofríos con tu aliento.

A cada compás de tus movimientos respiro hondo, cierro los ojos y casi pierdo la consciencia; aun así sé que estoy contigo, que son tus ojos los que me miran frente a frente y que es tu espalda la que recibe mis dedos como acero, agarrándose a tu cima y sabiendo que, cuando me deje caer, ahogarás mi gemido con tu boca y con una sonrisa de triunfo masculino, porque una vez más me he dejado llevar, sin saber hacia dónde conduce esto. Rectifico, sí lo sé, a ningún sitio que tenga que ver con la cordura. 

Es lo que tienen los comienzos, que no hay tiempo ni para hablar y menos aún para pensar. La piel sale a la luz, se busca con la tuya, se huele, se palpa y, al final, es todo un revoltijo animal de fluidos, alientos, susurros no siempre románticos, a veces obscenos, y piel, mucha piel junto a la tuya, más piel con piel que la vez anterior…, y más ganas cuando esto termina de repetirlo en el próximo encuentro, y en el siguiente, y el siguiente…, hasta que esto acabe, hasta que se vayan consumiendo tus ganas y las mías, llegue el punto y final o haya que dar el siguiente paso, ¿cuál?

Dedicado a Sagrario, por su petición y por los momentos locos que todos tenemos cuando algo comienza.

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